Un auténtico parpadeo de
emociones. Un balanceo permanente de lo incalculable. La BBC presenta de modo
dispar y no sin correcciones (atendiendo a temporadas anteriores) un tanto
perspicaces y a la vez incomprensibles, la tercera temporada del detective del
211-B de Baker Street. Tres capítulos de un metraje relativamente excesivo confieren
el halo de avidez e inteligencia al famoso investigador y a su acompañante, el
doctor Watson, si bien es cierto, que los gags de un humor por momentos
irreversible y de matices que rozan lo absurdo hacen caer la serie en una
espiral del sinsentido. Parece que la intriga ha claudicado en detrimento de la
risa, sin embargo, la duración (más propia del largometraje) da para arreglarlo
y en los tres capítulos encontraremos de todo y no poco.
El final de la segunda temporada
dejaba a los seguidores de la serie encandilados a la pantalla al averiguar el
cruel destino que el guion le había reservado al protagonista. En un afán de
dar una línea continuista a los relatos de su creador, Sir Arthur Connan Doyle,
las cataratas tornaron en cornisa y el final sobrevino con expectación y
asombro. Un final que buscaba no dejar a nadie indiferente y lo consiguió con
creces, tras un trayecto de tres capítulos en que se revelaba la identidad de
Moriarty, el archienemigo de Sherlock Holmes y esquizofrénicamente encarnado en la
figura de un joven actor del que no revelaremos su identidad a fin de que quien
no haya visto la serie y lo tenga pensado, pueda continuar leyendo.
Con esta premisa de cierre al
argumento era difícil imaginar que el producto pudiera seguir con vida. Una vez
más los guionistas hacen su magia y aquello que adquirió un color al final será
otro. No es un spoiler aseverar que la muerte de Sherlock no habrá sido tal,
dado que hasta el tráiler de adelanto de la temporada ya lo confiesa. No
obstante, no pierdan detalle de la escaramuza utilizada por el investigador
para “hacer creer” a todos los presentes su ficticia muerte. No tiene pérdida.
Pueden ir haciendo sus cábalas. De seguro no acertarán.
El primer capítulo es
completamente introductorio, aunque salpicado de una historia central que versa
sobre un atentado terrorista al centro de Londres durante una sesión
parlamentaria, el pretexto del capítulo lo centra el protagonista y su
reencuentro con Watson, quien ha asumido la pérdida de su amigo e incluso ha
encontrado el amor. Desde el comienzo caeremos en la cuenta de que algo falla,
por algún lado se le escapa el aire. Bromas impropias, caracteres de humor que
no vienen a cuento, incluso en situaciones límite. La risa como coartada para
suplir la ausencia de suspense. Los artificios de temporadas anteriores ya no
sirven para sorprender, más cuando se tira del recurso de una muerte fingida y
explicada. Ya nada está a la altura. Un rasero difícil de superar.
El segundo capítulo no pierde esa
esencia que los guionistas le han dado a la temporada. Para nada en absoluto.
Sin embargo, es probable que nos encontremos ante el mejor capítulo de la
temporada, donde casi toda la acción transcurre en la boda de Watson con Mary.
Brillante discurso de Sherlock como padrino del enlace y narración, aunque un
tanto disonante, de casos que irá relacionando hasta resolverlos todos en el
mismo banquete, gracias a una historia central que implica a uno de los
asistentes a la boda. A la media hora se preguntarán lo que todos: ¿cómo pudo
ser asesinado el soldado en la ducha estando ésta cerrada por dentro? Vuelvan a
sus cábalas, Sherlock les sacará de dudas, que las habrá y todas.
En el último capítulo vuelve el
esplendor de la figura del antagonista. Un recurso que puede incitar a pensar
que tal vez se haya perdido el tiempo en capítulos anteriores. Un capítulo de
revelaciones en toda regla y en el que sólo los que hayan estado muy atentos a
los detalles anteriormente sabrán los derroteros por los que ha decidido
avanzar la serie. Un final sorprendente y a la altura de la serie, aunque tal
vez no a la altura del antagonista creado en esta temporada. Hay que
conformarse.
Desde la perspectiva
interpretativa, Cumberbatch y Freeman lo bordan una vez más, si bien en esta
ocasión el doctor Watson está mucho más creíble y cercano a lo que se espera
del personaje, puede que se deba a que aún cuesta ver en Sherlock un bufón por
excelencia, más cuando él mismo se define como sociópata empedernido. Un tanto
contraproducente.
Por cierto, una sorpresa más
aguarda durante los créditos a forma de adelanto de lo que está por venir. Un
nuevo giro del guion que, pensándolo bien, tal vez no sea tan nuevo. Véanlo por
ustedes mismos, merece la pena.