“The Mentalist” cierra su sexta
temporada con muchos altibajos. El encanto sagaz y detectivesco de Patrick Jane
ya no infiere aquél aire joven de hace temporadas, en su lugar, se ha
convertido en un juego visual revenido, lleno de artificios que buscan el
despiste y que convienen a arrastrar la imprudencia de cinco años para colmar
los anhelos en una temporada que clausura tramas e inicia otras, para
terminarlas de nuevo. Sin importar los bagajes ni la construcción de los
personajes durante años. Parpadeando entre las hojas de la margarita, la
decisión que afrontar ya no es entre el “me quiere” o “no me quiere” sino más
bien entre “me lo merezco” o “no me lo merezco”.
Como los seguidores de la serie
han de saber, la producción mezcla el ámbito de lo policial y de lo deductivo,
sólo que en esta ocasión la deductiva consiste en los “trucos” de observación,
conjeturas y pesquisas, entre cómicas y audaces, del colaborador de la Brigada
Policial de Sacramento, Patrick Jane. El carisma de la serie descansa desde
hace años en la figura de su protagonista, un Simon Baker que ha llegado a
estar más poseído de la credibilidad de su personaje que la propia ficción
misma, prueba de ello son los varios capítulos que llevan su firma en la
dirección o el compromiso del actor a continuar el proyecto de rodaje temporada
tras temporada.
Seis años de carisma dan para
mucho, incluso para dejar de ser carismáticos, más si cabe cuando la fórmula siempre
va a ser la misma. El aderezo detectivesco siempre ha sido semejante al del
resto de series policíacas, sin embargo, el bueno de Jane era el rasgo
diferenciador de la serie, al menos uno de los elementos primordiales de su
éxito (venido a menos en estos años, todo hay que decirlo). El otro gancho
diferenciador fue crear un antagonista, una figura con sello propio, casi
intangible, omnipresente y que se adelantaba a los pasos intuitivos que
marcaban las deducciones: Red John.
Construir un personaje tan
importante, que incluso dotaba a la producción de una frontera que ninguna otra
serie del género conocía, fue todo un acierto pero un riesgo en el tratamiento,
tanto es así que en el momento en que el seguidor de la serie se pone ante el
televisor y observa que el capítulo que tiene ante sí no refiere nada a Red
John, inexorablemente, acaba cayendo en el pensamiento demoledor de creer que
se consume un capítulo de relleno. Una traición en toda regla. Tal vez la
creación de Red John y lo atractivo de su trama en relación con el
protagonista, fue negativo para el desarrollo de la serie. Al menos hasta que
por fin, tras incontables ocasiones en que se dejó caer la cercanía de la posibilidad,
la sexta temporada, descubrió al asesino en serie y cerró seis años de
insinuaciones. Especialmente el último, en donde cada capítulo parecía un
casting para que el espectador se sumergiera en su propia confusión.
En otro artículo anterior, yarealizamos una crítica acerca del capítulo en que se revelaba la identidad deRed John. Instando a recuperar su lectura, concluimos que el final de la trama
no ha estado a su altura, aun cuando la oportunidad que se abría para continuar
la serie era del todo arriesgada aunque optimista, aquello de "cerrar la puerta
y abrir la ventana" no es que sea un
dicho que el director, Bruno Heller, conociese a la perfección. La única
bombilla que prendía la luz del futuro de la serie en la habitación, se apagó
por completo cuando Jane decidió regresar de Venezuela tras cumplir su promesa
aletargada de venganza; trabajar para el FBI y resolver casos bajo el influjo
de enclaves paradisíacos (tal vez como distracción de guiones sin inspiración),
cultivando sus locuaces artes de deducción, ya no tan seductoras, intentando
emocionar al personal con un final edulcorado con su compañera de reparto, la
detective Lisbon, a la altura del mejor encuentro emotivo entre Richard Castle
y Kate Beckett y una trama con la trata de blancas de fondo, que a pesar de que
prometiese en un principio, se nos olvidaba que la premisa nueva de la serie
era arruinar toda posibilidad de gancho nuevo. La trama concluye en tres
capítulos. No diremos más. Tampoco es que haya para tanto.
Desde el comienzo de la
temporada, hay dos personajes que protagonizan un enlace matrimonial. Su mejor
decisión será apartarse por completo de la producción conforme avance la serie,
sin duda la mejor noticia para ellos, pues el elenco nota el peso del rodaje,
el silencio de las tramas y lo aburrido del planteamiento. El desgaste es
indudable y con ello, lo plomizo de los capítulos sobreviene cuando la serie no
tiene nada nuevo que aportar.
Quizá cuando una serie ha
construido una trama durante años y decide clausurarla “de aquella manera”,
debería guiarse por la inteligencia del espectador y no por las ansias de dar
un golpe de timón, que más allá de cambio no promete nada alentador al avance
de la serie. Sólo la comicidad de Jane salva en breves momentos la producción. Único
nexo entre hace seis años y ahora.
A todos los directores les llega
el momento de deshojar su propia margarita con la pregunta que tanto temen
“una temporada más” o “hasta aquí hemos llegado”. Con la confirmación
oficial de que habrá una séptima temporada, convenimos en asegurar que la
margarita se pudrirá y que el agotamiento será el saturado habitual de una
serie que hasta hace no tanto, tenía su entusiasmo ante el televisor. Hoy, todo
es relleno. Más motivos para sentirnos
traicionados.
• Desarrollo argumental: 57
• Guión: 43
• Interpretación: 79
• OST: 80