Con la moda postapocalíptica
parece que hemos perdido el norte de la calidad en detrimento del mero
entretenimiento, ya sea en formato de humor rocambolesco, drama sanguinolento,
terror escalofriante o tragedia con pinceladas vitales y al mismo tiempo,
guiños a la comicidad. “The Walking Dead” fue, probablemente la pionera, cuando
allá por 2010 arrancó con la emisión de su primer episodio. Marcando un hito en
el seguimiento de espectadores hacia el género y la plataforma, con más de 10
millones en la cadena de pago por cable AMC, es normal que los estándares de
exigencia sean mayores. Una serie capaz de servir de ejemplo a múltiples moldes
de ficción que no cesan de imitar, unas veces superando y otras tantas
quedándose en el camino, a un producto
que tiene en sus manos el mérito o demérito de mejorar o empeorar, de delegar
la responsabilidad o consagrarse en el éxito. En esta última temporada, la
mezcla de sorpresa, acción y psicología de supervivencia, junto con el
necesario desarrollo evolutivo de la serie ligado al talento de la
interpretación, convierten a “The Walking Dead” en uno de los dramas del año.
Tras algún que otro vaivén parece que la fórmula es la adecuada.
Como es costumbre, la temporada
se divide en dos bloques de ocho capítulos con un claro énfasis en producir dos
cierres. Dos finales a la altura de los fans y de la novela gráfica. Algunas de
las más acérrimas críticas habían llegado de manos de los seguidores del cómic
original, achacando falta de seguimiento o fidelidad, atenciones que en esta cuarta
temporada quedan difuminadas, en especial con la primera mitad de la ficción,
momento imparable en que el torrente sanguíneo sucede paso a paso, tal y como
Robert Kirkman y Tony Moore recogen con
gran maestría entre viñetas.
Como es normal, no haremos
spoilers pero sí adelantaremos la vuelta de uno de los personajes más malévolos
de la serie, el Gobernador, encarnado magistralmente en el actor David
Morrissey. Tras el ejercicio de dominio y bipolaridad del que hizo gala en la
anterior temporada, retorna con un espíritu en apariencia redentor, pero cuya
sombra recupera terreno y acaba cerniéndose sobre cualquiera que lo rodee.
Anotemos en este sentido con atención una escena protagonizada en lo alto de
una caravana con la única compañía de un palo de golf. Inesperada e impactante.
Como es de esperar, la maldad del personaje, tal vez demasiado arrastrada a lo
largo de temporada y algo más, acabe resultando plomiza, aunque el cierre o no
tan cierre que se le tiene preparado al fin de la primera mitad de la serie,
con clímax excepcional incluído, pondrá de manifiesto una de las señas de
identidad de “The Walking Dead” desde el comienzo: cualquiera puede morir, en
cualquier circunstancia. Para bien o para mal, cualquier personaje puede verse
fuera del rodaje de la temporada próxima. Un sello compartido con una caracterización y maquillaje a la altura de las mejores producciones cinematográficas y una OST que incluye temas soberbios como "Blackbird Song" de Lee DeWyze.
Sorpresa tras sorpresa. No
interesan mayores ataduras que las de Rick Grimes, protagonista de la serie
encarnado por un Andrew Lincoln, que ha alcanzado la madurez artística entre
zombies, si bien en un comienzo parece hacerse el olvidadizo entre huertos para
acabar inexorablemente recuperando el bien sobre el que recae en gran parte la
moral de un mundo por la subsistencia: el revólver.
Tras un final que dejará con la
boca abierta y difícil de superar, retomamos la segunda mitad de la serie con
el sello de la dispersión. Cada uno por su lado y tonto el que no se las apañe.
Habrá grupos interesantes, como el formado por Daryl (personaje ya emblemático
de la serie y que cada vez es más difícil concebir la ficción sin él) y Beth
(incapaz de perder una inocencia única entre todo el elenco) o Carol (en esta
temporada con un cierto rostro de frialdad que resta protagonismo a sus
expresiones), Tyresse (hasta ahora de lo poco prescindible de la serie.
Esperamos que adquiera más peso) y las dos niñas, que protagonizarán un
episodio de lo más sorpresivo hacia el final de la serie. Aparecerán nuevos
personajes, como Abraham, quien siguiendo la estructura del cómic, está
destinado a jugar un rol importante en las filas de Rick en un futuro próximo.
No desvelaremos nada acerca de la introducción en la trama de los personajes,
ni sobre la evolución de los mismos, algo que en una serie sobre la psicología
de supervivencia en fundamental para entender el éxito de la ficción. Una serie
de personajes en todo su esplendor. Sí destacaremos que en la segunda mitad de
temporada, el lema del amor de Glenn y Maggie se llega a hacer inverosímil y
arduo al entendimiento.
El final de la temporada depara
momentos tensos e inquietantes. Un Rick enloquecido, capaz de alcanzar
cualquier cota con tal de defender a su hijo Carl (bastante más actor esta
temporada. Va con la edad); un lugar lleno de promesas al final de las vías del
tren con un nombre poco alentador: “Terminus”; persecuciones, disparos y
reencuentros. Momentos que acompañan al espectador sin aleteos hacia lo banal
ni abrazos al conformismo, solo con el compromiso de dejar el guión en alto.
Tarea difícil tras un final anterior a mitad de temporada que colmó la mayoría
de las expectativas. Es el problema de hacer dos finales en una temporada.
Muchas voces tras el final han
empezado a adelantar lo que puede deparar la serie en su quinta temporada:
parece que el papel del diabólico Negan, todavía no llegará, el personaje de
Gareth (que aparece en el último capítulo) tiene alusiones al de Chris, un
hombre capaz de liderar a su grupo y de llegar a cometer las más asquerosas
acciones para subsistir y alimentarse en un mundo sin recursos (no diremos más).
No obstante, la grandeza de la cuarta temporada también recae en la espera y el
cúmulo de elucubraciones que ha generado de cara a la temporada próxima nada
más terminar la actual.
Si la primera temporada destacaba
por su originalidad e impacto sublime, la segunda por su psicología en el
entorno familiar de una granja con claro predominio de moral religiosa, la
tercera por el confort de la seguridad de unos muros resquebrajados por engaños
que sirven como protección a una muerte segura, y la maldad más humana que no
muerta; la cuarta será recordada como el punto de inflexión. El instante en que
el confort desaparece y hay que volver al mundo exterior a combatir por la vida
misma. Un drama en el que merece la pena sumergirse.
• Desarrollo argumental: 85
• Guión: 90
• Interpretación: 89
• OST: 86
• Efectos especiales: 99