Después de la oscuridad que
sembró por completo en la saga: “Harry Potter and the Order of the Phoenix”,
quedaba la duda de si la sexta entrega continuaría por la misma senda tenebrosa
acicalando el terreno de la adolescencia del joven mago y olvidándose ya de
aquellos pinitos infantiles con la piedra filosofal. La inclusión física de
Lord Voldemort en “Harry Potter and the Goblet of fire” dotó de un carácter tenebroso
a las cintas venideras, amenaza que está presente en esta nueva entrega al
igual que en su predecesora, de lo más fiel al libro (aunque con licencias),
que estremece con ciertas secuencias y cuyo desenlace supone el punto de
partida al cierre definitivo a la historia de J. K. Rowling.
Harry Potter ya no es un niño.
Una de las razones del éxito de la adaptación cinematográfica de la saga ha
sido ser capaz de reinventarse, no caer en el aburrimiento de escenas sin
sentido, abundancia de elementos preadolescentes y ñoñerías, todo ello en
detrimento de un carácter oscuro, casi tenebroso que en “Harry Potter and the
Half Blood Prince” reina de principio a fin.
Harry inicia el sexto año en
Hogwarts con dieciséis años (bien crecidos) y la amenaza del Señor Tenebroso y
el enfrentamiento final entre ambos cada vez está más cercano. Antes de que el
momento llegue, Dumbledore decide reclutar para el año escolar al profesor
Horace Slughorn, un antiguo profesor de Hogwarts que impartió clase a Tom
Marvolo Riddle y que guarda un profundo secreto acerca del Señor Tenebroso.
Harry deberá aprender a ganarse su confianza para que el secreto le sea
revelado mientras observa con recelo el comportamiento de Draco Malfoy, quien
no ceja en sus intentonas para llevar a cabo un encargo personal de Lord
Voldemort.
Durante el desarrollo de la trama,
el espectador se imbuirá en las letras del libro de pociones mágicas tachado y
corregido de un ex alumno que se hace llamar “el príncipe mestizo” y del que
Harry se valdrá para encandilar a Slughorn en las clases de pociones y de paso
aprender el hechizo cuerpo a cuerpo “Sectumsempra”.
Esta sexta entrega adolece de una
cierta falta de ritmo al comienzo, aunque los planos se suceden con brío y
dejan la sensación de una redacción muy bien acometida, a sabiendas de que
acoplar un libro al cine no siempre es un proceso fácil y menos si el éxito
mundial te precede como carta de presentación.
Cierto es que las historias
amorosas adolescentes de Ron, los filtros de amor, las miradas celosas de
Hermione Granger o alguna sobreactuación de Daniel Radcliffe, no restan
intensidad al filme, que queda consumido por completo por el aura acertadamente
sombría que David Yates otorga al mismo. Como en una especie de clase
advenediza, el director se recrea en los planos oscuros que derivan al clímax
final con la muerte de un personaje relevante en la trama. No diremos más,
aunque los seguidores de los libros o bien de la saga cinematográfica no
tendrán duda alguna.
Por su parte, las escenas de
recuerdos en el pensadero, en las que se revelan al espectador importantes datos acerca de la juventud del hoy Señor Tenebroso, son sencillamente
magistrales.
Cabe destacar que el espectador
deberá aprender un nuevo concepto: “Horrocrux”, (dicho sea de paso que la
escena de la cueva entre Dumbledore y Harry es de las mejores del filme) un
término que antecede a las dos próximas películas en que se dividirá el último
libro del joven mago y que obligará al público a hacer alguna que otra
matemática en forma de suma.
Un producto más entretenido, un
halo de oscurantismo que rejuvenece una saga que podría, de otra manera, acudir
al tedio como respuesta abrumadora pero que en su lugar se abandona a la
realidad. Una cinta menos fantasiosa que sus predecesoras y tal vez por ello,
mucho mejor.