1/05/2014

Una cinta de transición que pierde su magia ante la espera del final

Dividir un final en dos partes siempre resulta un riesgo confesado y solo abocado a la paciencia del espectador. Si además la suma resultante se obtiene por medio de seis entregas anteriores, lo que queda es una mezcla entre indiferencia y expectativas, muchas expectativas, para nada colmadas en esta cinta un tanto pretenciosa que pierde el tiempo con miradas al horizonte sin adelantar nada de lo que se ubicará más allá. Por lo demás, “Harry Potter and the Deathly Hallows part 1” es un producto comercial eficaz pero a la vez engañoso, entretenido y apropiado para los seguidores de la saga.

Cuando la productora decidió segmentar el final del joven mago en dos partes los intereses comerciales volvieron a imponerse sobre los cinematográficos. Arrastrar una saga a lo largo de una década se convierte, tarde o temprano, en un camino de tedio aderezado de simplonas argucias de guion para justificar su perpetuidad. Si con ello, la historia que se quiere revelar, es por fin contada, las dudas y las críticas quedan de lado, el problema aparece cuando la fórmula solo consigue más dólares en taquilla y a cambio no aporta nada en las salas.

Harry tiene que destruir los Horrocruxes en los que Lord Voldemort ha sesgado su alma para no ser derrotado. Ron y Hermione volverán a ser sus acompañantes en una aventura que pondrá a prueba su amistad y lealtad, especialmente cuando todo se venga abajo y los mortífagos del Señor Tenebroso consigan hacerse con el Ministerio de Magia.
   
Con algún que otro momento de lucidez, como la infiltración en el Ministerio gracias a la poción multijugos (llena de humor y tensión), las escenas de Harry entre la nieve del cementerio de Godric´s Hollow, el enfrentamiento con la serpiente Nagini o la maravillosa fábula de cuento, protagonizada por tres hermanos, sobre las reliquias de la muerte (determinantes en la historia venidera, no les pierdan el ojo a ninguna de las tres y hagan sus cábalas), la película consigue mantener la atención de un público que hasta ese momento ha tenido que comprender los arrebatos de Ron, las caras de asombro ante cualquier minucia de Harry o la aparición de Dobby (olvidado tras la segunda entrega de la saga) para justificar un poco de acción entre el reparto.



No obstante, el comienzo del filme, con Lord Voldemort alrededor una mesa de la mansión de la familia Malfoy, desvelando sus planes ante sus seguidores, resulta de lo más oscura y sombría, un hilo artístico que el director, David Yates, ha sabido manejar a la perfección en las últimas entregas y de nuevo, una vez más, aquí. Todo un acierto que se le encargara la saga, así como que le dejaran hacer su trabajo en los próximos filmes.

Por lo demás, el efectismo de la película no deja paso a la adivinanza, no evoluciona hacia una trama que encamine el final (más allá de la fábula sobre las reliquias de la muerte en la última parte del metraje) y por si fuera poco, desvela representaciones reiteradas que para nada acompañan al entretenimiento del espectador. Demasiados momentos bajo la carpa entre parajes.

Es el riesgo de confiar toda una saga a un final partido, querer contar demasiado en uno, deja huérfano al otro. Inevitable.