Dividir un final en dos partes
siempre resulta un riesgo confesado y solo abocado a la paciencia del
espectador. Si además la suma resultante se obtiene por medio de seis entregas anteriores,
lo que queda es una mezcla entre indiferencia y expectativas, muchas
expectativas, para nada colmadas en esta cinta un tanto pretenciosa que pierde
el tiempo con miradas al horizonte sin adelantar nada de lo que se ubicará más
allá. Por lo demás, “Harry Potter and the Deathly Hallows part 1” es un
producto comercial eficaz pero a la vez engañoso, entretenido y apropiado para
los seguidores de la saga.
Cuando la productora decidió
segmentar el final del joven mago en dos partes los intereses comerciales
volvieron a imponerse sobre los cinematográficos. Arrastrar una saga a lo largo
de una década se convierte, tarde o temprano, en un camino de tedio aderezado
de simplonas argucias de guion para justificar su perpetuidad. Si con ello, la
historia que se quiere revelar, es por fin contada, las dudas y las críticas
quedan de lado, el problema aparece cuando la fórmula solo consigue más dólares
en taquilla y a cambio no aporta nada en las salas.
Harry tiene que destruir los
Horrocruxes en los que Lord Voldemort ha sesgado su alma para no ser derrotado.
Ron y Hermione volverán a ser sus acompañantes en una aventura que pondrá a
prueba su amistad y lealtad, especialmente cuando todo se venga abajo y los
mortífagos del Señor Tenebroso consigan hacerse con el Ministerio de Magia.
Con algún que otro momento de
lucidez, como la infiltración en el Ministerio gracias a la poción multijugos
(llena de humor y tensión), las escenas de Harry entre la nieve del cementerio
de Godric´s Hollow, el enfrentamiento con la serpiente Nagini o la maravillosa
fábula de cuento, protagonizada por tres hermanos, sobre las reliquias de la
muerte (determinantes en la historia venidera, no les pierdan el ojo a ninguna
de las tres y hagan sus cábalas), la película consigue mantener la atención de
un público que hasta ese momento ha tenido que comprender los arrebatos de Ron,
las caras de asombro ante cualquier minucia de Harry o la aparición de Dobby
(olvidado tras la segunda entrega de la saga) para justificar un poco de acción
entre el reparto.
No obstante, el comienzo del
filme, con Lord Voldemort alrededor una mesa de la mansión de la familia
Malfoy, desvelando sus planes ante sus seguidores, resulta de lo más oscura y
sombría, un hilo artístico que el director, David Yates, ha sabido manejar a la
perfección en las últimas entregas y de nuevo, una vez más, aquí. Todo un
acierto que se le encargara la saga, así como que le dejaran hacer su trabajo
en los próximos filmes.
Por lo demás, el efectismo de la
película no deja paso a la adivinanza, no evoluciona hacia una trama que
encamine el final (más allá de la fábula sobre las reliquias de la muerte en la
última parte del metraje) y por si fuera poco, desvela representaciones
reiteradas que para nada acompañan al entretenimiento del espectador.
Demasiados momentos bajo la carpa entre parajes.
Es el riesgo de confiar toda una
saga a un final partido, querer contar demasiado en uno, deja huérfano al otro.
Inevitable.