Sobre un contexto ubicado en un futuro cercano y el
carácter protagónico del siempre carismático Hugh Jackman se desarrolla “Real
Steel”, un filme atractivo y visualmente recomendable, aunque con lagunas que
distorsionan el relato y confunden al espectador, que queda con la duda final
de si se trata de una historia de ciencia ficción, simplemente ficción o una
trama familiar aderezada de efectos especiales.
En un futuro aproximado los combates de boxeo, tal y como eran conocidos, han dejado de existir y en su lugar son máquinas robóticas de apariencia humana las que se enfrentan en el cuadrilátero para aumento de alborozo y entretenimiento de sus seguidores. Jackman interpreta a Charlie Kenton, un antiguo púgil que estuvo a punto de tocar la gloria con sus puños y que ahora se dedica a recorrer los Estados Unidos de un lado para otro contratando peleas y ganando dinero con sus robots malavenidos.
Con este planteamiento, nace una
historia que queda a medio camino entre ciencia ficción y ficción pero todo
cambia cuando aparece Max, su hijo. Tras perder a su madre, Charlie se ve
obligado a asumir su custodia y ejercer la función de padre, algo que no
esperaba y que incluso está dispuesto a rechazar por completo. Pronto, Max,
interpretado por el jovencísimo Dakota Goyo, se ganará al espectador con su
carácter mezcla de valentía insultona e infantil, tanto es así que hasta el
propio Charlie acabará dándose cuenta de lo importante que es para él, momento
en que el espectador caerá en la cuenta de que las dosis de peleas robóticas no
son más que una excusa para el reencuentro familiar, tantas veces contado en la
gran pantalla.
Por el camino, el resto del
arsenal que propone Shawn Levy (un director que pocas veces se ha enfrentado a
la ciencia ficción): Max reclutará a Atom, el robot que les conducirá a la
gloria a pesar de tratarse de un simple armatoste de entrenamiento para otros
robots luchadores. Cabe destacar las escenas entre Max y Atom, que inducen al
público a pensar que el robot es capaz de entender al niño, en un momento en
que éste necesita de una figura paterna a su lado a sabiendas de la negativa de
Charlie de proporcionársela, en un principio.
Entre lo peor del filme, la más
que prescindible actuación de Kevin Durand y demás elementos conductores hacia
una confusión final en la que resulta imposible saber ante qué clase de
producto se encuentra el espectador en la butaca.
No obstante, los efectos
visuales, como era de esperar, así como las interpretaciones de Dakota o de
Evangeline Lilly y la intención permanente de conmover al espectador (algo a lo
que contribuye en buena medida el compositor Danny Elfman), son suficientes
aportes para que la cinta consiga su propósito, aunque eso sí, en las escenas
finales.