Una primera temporada donde la novedad se comió a las expectativas y la sorpresa impregnó el relato hasta dejar con la miel en los labios al espectador y obligar a recuperar los viejos cuentos que de pequeños, entre sábanas, recuperaban la vida sueño a sueño. Una segunda con todo tipo de artificios enfocados al entretenimiento y la introducción con calzador, de secundarios con poco que contar pero con inversa relevancia en pantalla. Una línea conclusiva que lleva a la actualidad. “Once Upon A Time” ha llegado al cierre de su tercera temporada, que en esta ocasión trae como novedad el sesgo y la sucesión rauda de los acontecimientos. La trama se fragmenta, que no divide, en tres partes, incluyendo un final del todo inverosímil, que lo único que perseguirá es la baza del aguante a toda costa y la sensación de que sea por “h” o por “b”, las cosas en Storybrooke siempre acaban enredándose.
La temporada comenzó enlazando
con la anterior. Nuestros héroes y los malvados de corazón blando, estos son la
Reina Malvada y Rumpelstiltskin, van a bordo del Jolly Roger de Garfio a
rescatar a Henry de las manos de Peter Pan, un pérfido y manipulador
personajillo, que si bien es presentado con reparo en un principio, créanme
cuando digo que toda expectativa quedará por los suelos. Sus planes son
malvados, pero su inteligencia no le dará para más. La primera parte de la
temporada quedará marcada por el rescate a Henry, los efectos secundarios
mortales de las plantas de Neverland, algún arraigo de acción protagonizado por
la sombra de Pan y un protagonismo desmedido, no hay duda, de Baelfire o también
conocido como Neal. Definitivamente, la serie asciende al personaje de Garfio a
principal y consigue que junto a Emma protagonicen un flirteo amoroso que juega
con el espectador a ofrecer alternativas. Una ventana que se abre y que deja
pasar un aire que no proporciona ninguna información relevante. Minutos
subestimados.
Con el regreso a Storybrooke y la
muerte de Pan (que deberán descubrir por cuenta propia y no ajena), una nueva y
obligada maldición hará que Regina devuelva a los habitantes al Bosque
Encantado. No obstante, Emma y Henry son obligados a olvidar cuanto han vivido
para recuperar sus vidas en New York. La justificación que emplea la trama es
la no pertenencia al mundo de donde vienen el resto de personajes de cuento.
Sin embargo viendo los acontecimientos posteriores y la facilidad para cruzar
“mundos”, tal vez sea una idea descabellada y sin lógica alguna. Clara
demostración de que el guion de la serie no ha sido escrito sino en el momento
del rodaje. Que viva la improvisación.
Hasta aquí una temporada con
comienzo y final. Ni mucho menos. Los creadores decidieron crear una temporada
dentro de otra. Al malvado Pan le sucederá la Bruja del Oeste y a Neverland, el
mundo fantástico de Oz. Ya adelantamos que no hay hombres de hojalata, pero sí
bastante fidelidad a la historia original y que esta segunda mitad de temporada
supera con creces a la primera. Pan se queda en nada al lado de los planes
sobrecogedores que tiene la bruja para los habitantes de un Storybrooke que
“voilá!” Ha vuelto de nuevo, nunca ha dejado de existir. Una nueva maldición
asola a todos. Hagamos un esfuerzo por creer la historia, así resultará más
sencillo. Al fin y al cabo todo es cuestión de magia potagia.
El primer reproche que se le
puede hacer a la serie es sin duda alguna, la falta de armonía entre tramas, la
sensación de que una no sigue a la otra sino de que se fragmentan los capítulos
para ofrecer cuanto más mejor. La teoría de la cantidad. Ciertamente cuanto
menos aunque mejor, no hay comparación. Sin embargo, cabe destacar que la
actuación de una acertada Rebecca Mader como la malvada bruja teñida de verde y
conocida por todos como Zelena, así como los capítulos que nos retornan a Oz
para relatar el pasado y el presente del personaje (acabamos de dar una pista
sobre sus malvados planes sin darnos cuenta) devuelven al espectador a la
verdadera magia y el espíritu de la primera temporada, aquélla que al finalizar
cada capítulo empujaba a releer aquéllas fábulas, que hoy, con el paso de los
años, tal vez no tengan tanta magia pero sí igual emoción.
De nuevo, los momentos regados de
aburrimiento y ñoñería entre el príncipe encantador y Blancanieves, son
compatibles, para nuestro alborozo, con episodios de interpretación magistral
(con una dicción nuevamente sorprendente en la versión original) de Robert
Carlyle como Rumpelstiltskin. Eso sí, los devaneos en la trama entre la muerte
y la vida de este personaje, así como en otros (que hacen dudar acerca de si
definitivamente están muertos o más vivos que nunca) o instantes en que a la
Malvada Reina se le incita a usar magia blanca para acabar con Zelena sin tener
su corazón y sin embargo, a pesar de ello, lo acabará haciendo porque…sí.
Lógica aplastante. Tales momentos recuperan la pauta obligada y fragmentada, mal relacionada entre capítulos
de un guion plomizo que para colmo, sorprende con un final edulcorado con la
presencia de Disney (no diremos más, aunque la sorpresa es muy actual con
relación a uno de sus ya más famosos filmes) y se pierde en la inmensidad de
una narración que emplea el tiempo como coartada. Sinceramente, era muy fácil
acabar perdiéndose.
Con alguna interpretación eficaz
y capítulos que cuentan con acierto el pasado de personajes cruciales
introducidos en la serie, pero con el parpadeo permanente de la improvisación y
la falta de conexión entre episodios y subtramas, que parecen temporadas en sí
mismas debido a la naturaleza forzada de su relato. Dos temporadas en una, la
ley de la cantidad. Probablemente la ley de la calidad siempre haya sido mejor.
• Desarrollo argumental: 83
• Guión: 70
• Interpretación: 89
• OST: 96
• Efectos especiales: 85