El regreso al blockbuster de
Keanu Reeves viene de la mano de una cinta que deambula en el terreno del
espectáculo para acabar el camino coqueteando con la indiferencia más atroz.
Más allá de que el filme esté basado en un hecho real inspirado en una leyenda
feudal japonesa; las premisas generadas no son para nada correspondidas cuando
hacia la mitad de rodaje se desvele que no tiene nada diferente que ofrecer en
el género fantástico. Una revisión hollywoodiense de la cultura japonesa
samurái con aproximaciones a lo parco y con un metraje del todo exagerado que
obliga al espectador a sumergirse en la esfera atemporal, aquélla en la que los
minutos ante el reloj apenas parecen
transcurrir.
Siglo XVIII, Kai es un mestizo
criado entre samuráis que decide unirse a la causa de Oishi, jefe del grupo,
para vengar la traición que ha causado la muerte de su señor. En la travesía,
deberán recorrer todo el reino, en busca de armamento antes de dirigirse al
reino del norte y acabar con el malvado Lord Kira y la pérfida y manipuladora
bruja que se encuentra a su lado. Una recuperación de las fábulas de grupos de
héroes enfrentando el mal a toda costa para recuperar el valor perdido, la
venganza y el amor de la princesa que se encuentra cautiva entre los brazos del
rey traidor.
Aunque a estas alturas el cine
parece haber ofrecido todos los productos audiovisuales posibles a su alcance
para generar historias similares, Carl Erik Rinsch decide arriesgarse con esta
propuesta que confía todo su esplendor a tres factores: interpretación,
espectáculo visual y experiencia. Este último apartado viene respaldado por la adaptación
animada que el propio Rinsch se encargó de llevar al cine, antes que la
adaptación “en carne y hueso”. En relación al aparato visual y escenográfico
del filme, cabe resaltar que hay un claro indicio de “síndrome de predicción”
al servicio del público, fenómeno que se manifiesta cuando la mente del
espectador ha tenido la “dichosa” idea de observar el tráiler de la película
con antelación para asegurarse del producto al que destinará su dinero y su tiempo.
119 minutos perfectamente condensados en tres, que explican, desde la trama al desarrollo,
pasando por los desafíos, los personajes (la película en su plenitud ni llega a
proponérselo) y enfrentamientos, con lo que nada llega a sorprender cuando la
sorpresa sea la baza que se pretenda jugar.
En relación a la interpretación,
la cinta descansa en el regreso de un barbudo y un tanto desaliñado Keanu
Reeves, quien se mide en un duelo de gestos absortos y sosos con Hiroyuki
Sanada. Desde el papel interpretado por Ben Affleck en “Argo”, no se veía nada
igual. Da lo mismo que una enorme bestia corra hacia él, que el acero esté a
punto de surcar su garganta, o que una bruja se convierta en un monstruo cuanto
menos intimidante (que no desvelaremos, por si quieren ver la ficción completa,
aunque el tráiler ya se habrá encargado de ello); el gesto seguirá siendo exactamente
el mismo, lo que obliga a preguntarse al espectador si por momentos es Reeves el que está en pantalla o es el mismísimo Chuck Norris. El resultado
interpretativo está muy lejos de dotar a la película de credibilidad.
El relato de un personaje
rechazado que va ganándose la aceptación del grupo en una estructura social
férrea, podría haber sido explotado con mayor ahínco y una mejor prestación
desde la dirección. El argumento se enroca en el desaprovechamiento y la
psicología de los personajes se resiente de ello durante todo el metraje. Con
todo ello, aun así la cinta tiene algunos momentos interesantes, como el asalto
al castillo enemigo hacia el final y los breves instantes reflexivos entre
protagonistas, que vienen a compensar la ausencia de relato entre líneas. No
obstante, el guión no deja de sacudir al espectador, pues estos momentos de
aceptación parpadean junto con otros protagonizados por un hombre gigante de
“hojalata” cuyo reto provisional no será tanto al final y una serie de
harakiris donde la sangre no aparece ni resalta sobre ropajes de impoluto
blanco (por no aparecer, no hace aparición en ningún momento del filme. Muertes
muy limpias e higiénicas. Una cosa es buscar o no el morbo y otra es pedir el
mínimo de esfuerzo en el montaje final).
La música dota de un notable y
amable ambiente a una atmósfera creada a partir de juegos de luces un poco desorbitados
y una ambientación de vestuario no muy afanada en profundidad.
Un tipo de filme como otro cualquiera
en su género, que bien pudiera haber sido producido directamente para
televisión, pero que cuenta con el carisma revenido de Keanu Reeves y un, cada
vez más, televisivo Sanada. Una historia de héroes que no consigue su
propósito, que como en todas ha de ser, que el público salga del cine empuñando
una espada en busca de honor y aventuras por todo el reino.
• Desarrollo argumental: 70
• Guión: 64
• Interpretación: 60
• OST: 80
• Efectos especiales: 75