“Dallas Buyers
Club” no es una cinta convencional. En la actualidad el cine bebe, más que
nunca, de sus personajes. Los directores han tardado décadas en caer en la
cuenta de que la diferencia entre productos banales y genialidades reside en la
psicología que transmiten sus personajes a través de las palabras y miradas,
todo aquello que conforma su personalidad, lo que dicen y dejan de decir, lo que
les convierte en definitiva en más humanos que a cualquiera de los
espectadores. Su vida en nuestras manos. Ante nuestros ojos. En el caso que nos
ocupa, el filme se apoya con total y severo acierto en los roles de su reparto
protagonista encabezado por un brillante Jared Leto y un impactante Matthew
McConaughey, quien parece empezar a tomarse en serio esto del cine. Cuando el
compromiso de los actores para con sus personajes es tan perfecto, la comunión
que se alcanza es la de una interpretación pasional, tenaz, abrupta, difícil de
olvidar. Este tipo de rasgos son los que dan sentido al cine. Son su latido
actual.
Hay cuatro
palabras que a los críticos les producen una acidez en el estómago, un
sarpullido que les obliga a rechazar una película antes de empezarla:
“Inspirada en hechos reales”. Todo Biopic tiende a perderse en la historia de
vida que se narra. Por querer meterse hasta el fondo en la trayectoria del
personaje, la trama queda acobardada, incluso arrinconada, sometida con
frecuencia al carisma de la figura que centraliza la atención. Una vez más,
“Dallas Buyers Club” cumple con la premisa, pero la sorpresa salta al poco de
comenzar el filme, cuando su propia historia hace gala de un impacto narrativo fundamental,
la infección por VIH. Un camino que conduce al público a una travesía de
superación y tenacidad de un personaje que hace acopio de un arsenal de motivos
para seguir presentando lucha.
La cinta cuenta
la historia real de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo de Texas, con varias
drogodependencias y al que en 1986 le diagnostican el virus del VIH. En
principio los médicos tan sólo le daban 30 días de vida. Para contrarrestar el
avance imparable de la enfermedad, se ve obligado a consumir AZT, un
medicamento en fase inicial, el único disponible para luchar contra el virus en
aquélla época. Pronto empezará a darse cuenta de que el medicamento no hace
sino causar una muerte dolorosa aunque dilatada en el tiempo debido a sus
innumerables efectos secundarios.
No obstante, el
acceso a otros medicamentos queda vetado por la FDA, lo que obligará a nuestro
protagonista a montar su propio “negocio” de contrabando para paliar su
enfermedad y la de individuos con sus mismas dolencias, creará así el Dallas
Buyers Club, grupo que puso de manifiesto los tratos entre las compañías
farmacéuticas y la FDA para promocionar la venta de medicamentos aún no
testados por completo con objeto de combatir una enfermedad que sigue siendo
hoy la culpable de arrasar con el mayor número de vidas, año tras año.
Con un
planteamiento comprometido y eficaz, el espectador es atrapado nada más
arrancar el filme. El primer elemento a tener en cuenta, una vez revelada la
noticia del virus en Woodroof, es el rechazo de sus compañeros de trabajo. El
desconocimiento hacia la enfermedad (a la que asocian solo con homosexuales) es
un aviso del filme al rechazo injusto que aún hoy se produce hacia las víctimas
del virus. Las gestualidades de McConaughey son sencillamente espectaculares.
Para el papel tuvo que adelgazar más de 20 kilos. Consiguió una figura
raquítica que, conociendo la estructura musculada del actor, es un motivo en
apariencia sorprendente. Un aditivo a la causa.
Cada escena está
interpretada con un ardor que supera a la anterior, aunque la perfección se
alberga en los planos que comparte con Jared Leto, que da vida a Rayon, un
transexual que padece la misma enfermedad que él y conseguirá que el rechazo
sistemático que el hombre duro de la Texas profunda tiene hacia los homosexuales
quede completamente de lado. Una proyección magnífica en manos de actores de
primer nivel.
El caso de Leto
sorprende por no haber hecho papeles tan trascendentes con anterioridad y resultar
tan creíble. El de McConaughey, se veía venir, toda vez que desde hace tres
años, con películas como “Bernie”, “Mud” o el pequeño pero grandioso papel en
“El lobo de Wall Street” ya empezaron a destacarle, incluída la televisión, con
la serie que actualmente emite la HBO “True Detective”. El maquillaje y la caracterización
hacen el resto. Compañeros ineludibles para aumentar la credibilidad de un escenario
perfectamente ambientado, añadiendo la OST en planos y secuencias puntuales y vitales
de la película, si bien lo que impera en este sentido es el silencio. Una vez
más, el relato por encima de todo.
Como secundaria
de lujo, aunque sin acaparar la atención aparece Jennifer Gardner. Nada nuevo
en su rol. La película está pensada para centrar el ojo en la enfermedad y los
portadores de la misma, ejemplificados de la forma más realista posible en dos
de sus portadores, en una época iniciática sobre ensayos para combatirla y en
la que el juego de intereses de la farmacéuticas dirimía el pulso en contra de
los afectados, hasta la llegada de un medicamento más desarrollado, algo que
podía ser demasiada espera para muchos, como bien dice Woodroof en un momento
de la cinta: “A veces siento que peleo por una vida que no tengo tiempo de
vivir”.
Cierto es que hacia
los tres cuartos de hora la cinta adolece de ritmo en el relato, especialmente
cuando el protagonista se desplaza a otros países para conseguir su propósito
de conseguir los medicamentos necesarios para el tratamiento de la enfermedad y
saltarse las restricciones de la FDA. Con todo, la pausa en la narración da
paso, de bruces, a altas dosis de realismo y compromiso, que cuando se unen y
van de la mano de principio a fin, el aplauso definitivo acaba acelerándose al
compás del acierto propuesto.
Las
interpretaciones como objeto central, recuerdan que los personajes son una vez
más, lo más determinante, lo más cercano y humano, con lo que el espectador se
puede ver reflejado, al fin y al cabo, el toque “breaking badiano” de la cinta contrarresta una aproximación dura,
pero de lo más real y respetuosa hacia el VIH. Una historia de dolor que nos
lleva más allá, a golpes de firmeza y vigor.
• Desarrollo
argumental: 85
• Guión: 87
• Interpretación: 100
• OST: 80