3/09/2014

Un portentoso trabajo interpretativo como acento de un comprometido relato del VIH

“Dallas Buyers Club” no es una cinta convencional. En la actualidad el cine bebe, más que nunca, de sus personajes. Los directores han tardado décadas en caer en la cuenta de que la diferencia entre productos banales y genialidades reside en la psicología que transmiten sus personajes a través de las palabras y miradas, todo aquello que conforma su personalidad, lo que dicen y dejan de decir, lo que les convierte en definitiva en más humanos que a cualquiera de los espectadores. Su vida en nuestras manos. Ante nuestros ojos. En el caso que nos ocupa, el filme se apoya con total y severo acierto en los roles de su reparto protagonista encabezado por un brillante Jared Leto y un impactante Matthew McConaughey, quien parece empezar a tomarse en serio esto del cine. Cuando el compromiso de los actores para con sus personajes es tan perfecto, la comunión que se alcanza es la de una interpretación pasional, tenaz, abrupta, difícil de olvidar. Este tipo de rasgos son los que dan sentido al cine. Son su latido actual.

Hay cuatro palabras que a los críticos les producen una acidez en el estómago, un sarpullido que les obliga a rechazar una película antes de empezarla: “Inspirada en hechos reales”. Todo Biopic tiende a perderse en la historia de vida que se narra. Por querer meterse hasta el fondo en la trayectoria del personaje, la trama queda acobardada, incluso arrinconada, sometida con frecuencia al carisma de la figura que centraliza la atención. Una vez más, “Dallas Buyers Club” cumple con la premisa, pero la sorpresa salta al poco de comenzar el filme, cuando su propia historia hace gala de un impacto narrativo fundamental, la infección por VIH. Un camino que conduce al público a una travesía de superación y tenacidad de un personaje que hace acopio de un arsenal de motivos para seguir presentando lucha.

La cinta cuenta la historia real de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo de Texas, con varias drogodependencias y al que en 1986 le diagnostican el virus del VIH. En principio los médicos tan sólo le daban 30 días de vida. Para contrarrestar el avance imparable de la enfermedad, se ve obligado a consumir AZT, un medicamento en fase inicial, el único disponible para luchar contra el virus en aquélla época. Pronto empezará a darse cuenta de que el medicamento no hace sino causar una muerte dolorosa aunque dilatada en el tiempo debido a sus innumerables efectos secundarios.

No obstante, el acceso a otros medicamentos queda vetado por la FDA, lo que obligará a nuestro protagonista a montar su propio “negocio” de contrabando para paliar su enfermedad y la de individuos con sus mismas dolencias, creará así el Dallas Buyers Club, grupo que puso de manifiesto los tratos entre las compañías farmacéuticas y la FDA para promocionar la venta de medicamentos aún no testados por completo con objeto de combatir una enfermedad que sigue siendo hoy la culpable de arrasar con el mayor número de vidas, año tras año.

Con un planteamiento comprometido y eficaz, el espectador es atrapado nada más arrancar el filme. El primer elemento a tener en cuenta, una vez revelada la noticia del virus en Woodroof, es el rechazo de sus compañeros de trabajo. El desconocimiento hacia la enfermedad (a la que asocian solo con homosexuales) es un aviso del filme al rechazo injusto que aún hoy se produce hacia las víctimas del virus. Las gestualidades de McConaughey son sencillamente espectaculares. Para el papel tuvo que adelgazar más de 20 kilos. Consiguió una figura raquítica que, conociendo la estructura musculada del actor, es un motivo en apariencia sorprendente. Un aditivo a la causa.



Cada escena está interpretada con un ardor que supera a la anterior, aunque la perfección se alberga en los planos que comparte con Jared Leto, que da vida a Rayon, un transexual que padece la misma enfermedad que él y conseguirá que el rechazo sistemático que el hombre duro de la Texas profunda tiene hacia los homosexuales quede completamente de lado. Una proyección magnífica en manos de actores de primer nivel.



El caso de Leto sorprende por no haber hecho papeles tan trascendentes con anterioridad y resultar tan creíble. El de McConaughey, se veía venir, toda vez que desde hace tres años, con películas como “Bernie”, “Mud” o el pequeño pero grandioso papel en “El lobo de Wall Street” ya empezaron a destacarle, incluída la televisión, con la serie que actualmente emite la HBO True Detective”. El maquillaje y la caracterización hacen el resto. Compañeros ineludibles para aumentar la credibilidad de un escenario perfectamente ambientado, añadiendo la OST en planos y secuencias puntuales y vitales de la película, si bien lo que impera en este sentido es el silencio. Una vez más, el relato por encima de todo.

Como secundaria de lujo, aunque sin acaparar la atención aparece Jennifer Gardner. Nada nuevo en su rol. La película está pensada para centrar el ojo en la enfermedad y los portadores de la misma, ejemplificados de la forma más realista posible en dos de sus portadores, en una época iniciática sobre ensayos para combatirla y en la que el juego de intereses de la farmacéuticas dirimía el pulso en contra de los afectados, hasta la llegada de un medicamento más desarrollado, algo que podía ser demasiada espera para muchos, como bien dice Woodroof en un momento de la cinta: “A veces siento que peleo por una vida que no tengo tiempo de vivir”.

Cierto es que hacia los tres cuartos de hora la cinta adolece de ritmo en el relato, especialmente cuando el protagonista se desplaza a otros países para conseguir su propósito de conseguir los medicamentos necesarios para el tratamiento de la enfermedad y saltarse las restricciones de la FDA. Con todo, la pausa en la narración da paso, de bruces, a altas dosis de realismo y compromiso, que cuando se unen y van de la mano de principio a fin, el aplauso definitivo acaba acelerándose al compás del acierto propuesto.

Las interpretaciones como objeto central, recuerdan que los personajes son una vez más, lo más determinante, lo más cercano y humano, con lo que el espectador se puede ver reflejado, al fin y al cabo, el toque “breaking badiano” de la cinta contrarresta una aproximación dura, pero de lo más real y respetuosa hacia el VIH. Una historia de dolor que nos lleva más allá, a golpes de firmeza y vigor.


• Desarrollo argumental: 85
• Guión: 87
• Interpretación: 100
• OST: 80