“El hombre es el más cruel de los
animales”. Con este eslogan se presenta uno de los productos audiovisuales del
año: "True Detective". Una propuesta a medio camino, una ruta de ida y vuelta,
entre serie policíaca y novela negra sin devaneos de comicidad ni clichés
habituales (en este tipo de género) entre los integrantes de un reparto de
sobra consolidado en las figuras de Woody Harrelson y Matthew McConaughey. Un
viaje narrativo al lado más oscuro de la naturaleza humana, que se dilata y,
por momentos, contrae en el tiempo y que consigue imbuir al espectador en una
atmósfera sombría, sórdida. Introspectiva hacia la psicología humana. Resultado
sorprendente en la interpretación, un significado metafísico que da una vuelta
de tuerca a la simple oferta comercial sobre las series de índole detectivesco.
Una de las mejores series del año. Que se atrevan a superarla, difícil lo
tienen.
Nic Pizzolatto y Cary Joji
Fukunaga son los responsables de crear este proyecto para la cadena HBO. El
primero, curtido como guionista en la sombra en una de las mejores series de
investigación criminal del último lustro, “The Killing”. El segundo, forjado en
los derroteros perdidos de cintas complacientes hacia un público poco exigente,
tales como “Jane Eyre”. Ambos, dan lo mejor de sí en un trabajo majestuoso en
el que sobresalen con especial reticencia la fotografía de Adam Arkapaw y el
guion de Pizzolatto.
Con respecto al trabajo de
Arkapaw, sólo cabe rendir pleitesía. Los patrones escogidos para realzar el
molde de “True Detective” descansan sobre todo en la figura del fotógrafo
Richard Misrach, quien con una serie de retratos de la América profunda en su “América
petroquímica”, destaca a Luisiana por sus elevados niveles de polución y metástasis.
Una reminiscencia que estará presente en cada plano, cuando el espectador pueda
palpar el olor a azufre en el ambiente y al que aluden los personajes en alguna
que otra ocasión. Un matiz grisáceo baña todo el entorno, una sombra perpetua
que simboliza la trayectoria de estos detectives a lo largo de todo el Estado.
No cabe olvidar que la
construcción de lo creíble a los juiciosos ojos del público más experto es una
constante en el trabajo de los fotógrafos. En el ámbito de las series su
trabajo adquiere la complejidad de lo atemporal. No se trabaja para un
largometraje de una duración razonable, se trabaja en cada capítulo de cada
temporada, en cada secuencia. Se trabaja el triple. El perfeccionismo obliga a
pulir cada detalle si la credibilidad es lo que se persigue. La oscuridad de la
América profunda, la ruralidad de los enclaves que se revelan al espectador en
el largo camino que emprenden ambos detectives. Lo lúgubre al alcance, ese es
el éxito de Arkapaw.
Por su parte, el guion no experimenta
un efecto montaña, esto es, no hay puntos bajos y altos, hay una constante y lo
que sí sabemos con certeza, es que empieza bien alto para acabar mucho más arriba.
La historia no es nada de otro mundo, ni siquiera resulta diferente a las demás
sobre la misma materia, sin embargo, surge la magia de los diálogos y la
psicología metafísica, por instantes rocambolesca, de sus personajes para
deleitarnos y recordarnos que no estamos ante un producto cualquiera, que esto
es True Detective, algo completamente distinto a lo visto en el género. Las
comparativas en la sucesión de la narrativa entre los dos detectives pasan
desde la deconstrucción realista de F. Nietzsche, viajando por la elegancia tenebrosa
de H.P. Lovecraft, para terminar con una pizca de aroma a E.A. Poe. Unos
comentarios que serpentean la trama, la erosionan, hieren, abaten, todo para
conformar una historia que el espectador tratará de comprender y de hilar en el
tiempo en que se relata.
La serie arranca con una
investigación policial a tenor de un caso en la Luisiana de 1995. Los
detectives encargados de resolverlo serán Martin Hart y Rust Cohle. En un
principio se verán obligados a seguir las pistas para nada usuales y pronto descubrirán
que el caso que les ocupa no es el primero de la misma naturaleza, ha habido
más en el pasado a lo largo del Estado, en especial en toda la costa, llegando
a relacionar los crímenes con el culto demoníaco y el rapto de menores. Se
trata pues, de asesinatos en serie. La trama nos ubica tanto en el año 95 como en
el presente, 17 años después, donde otros dos detectives están siguiendo la pista
de los casos, para lo cual necesitan la información recopilada por Hart y
Cohle, sus métodos y pesquisas. Dos investigaciones paralelas en el tiempo, una
que pareció haber terminado y otra que parece haber comenzado, ambas con el
mismo caso como eje central. Una argucia de guion que lejos de confundir, se
justifica en los hechos que se van relatando con calma pero sin adormilar al
personal y con la perfecta manija del tiempo manipulada en favor del maquillaje
y la caracterización de los personajes. Al fin y al cabo, 17 años pasan para
todos.
En este aspecto, destaca la
presencia física de McConaughey, cuyas fachas están lejos de ser las propias del
guaperas de aquéllas cintas cómicas y de toque romántico que acostumbraba a
protagonizar. El reciente Oscar por su interpretación en “Dallas Buyers Club” le
sienta muy bien. Otro caso aparte es el de Woody Harrelson. La naturaleza
arrasadora de uno de los personajes más emblemáticos de la televisión como
Rust, no acaba de relegar a un segundo plano al personaje de Marty,
interpretado por Harrelson. El toque más humanizante de la serie, quien comete
errores, quien tiene una familia. Para el pesimismo y la metafísica filosófica
ya tendremos suficientes dosis con Rust. Cierto es que entre las innumerables
citas y aforismos de Rust se encuentran argucias pasajeras incomprensibles, o
cuando menos, difíciles de entender. No obstante, la originalidad que canaliza
es tan brutal y maravillosa, que puede que estemos ante la mejor interpretación
masculina en este tipo de formato televisivo.
Podríamos destacar aspectos técnicos por doquier en cada uno de los ocho capítulos, de duración aproximada a la hora cada uno. Nos detendríamos en la OST, conformada entre otros, por grupos como “Grinderman” o la especialmente bien escogida para la cabecera “The Handsome Family”. Desde la perspectiva rigurosa de la filmación, en un famoso plano secuencia al final del cuarto episodio y que dura la friolera de seis minutos completos, sin cortes. Sencillamente imborrable. Sin embargo, es mejor que sea el espectador el que descubra cada “regalo visual” que la serie depara en su recorrido.
Aunque el final sea un poco
manido y precipitado, es inconfundible la calidad del camino transitado. Una
serie que en caliente, no deja indiferente y baila en la consciencia codeándose
entre los mejores productos de los últimos años, y que ya en frío, obliga a
hacerle un hueco en las estanterías presididas con la etiqueta “imprescindible”.
Una serie que devanea entre la prosa y lo farragoso y que de la misma forma, alcanza
la excelencia del verso. Una vuelta de tuerca, un antes y después inflexivo en
la rutina de las series policíacas con aires de novela negra. Más de lo mismo
por favor.