“The Hunger Games: Catching Fire”
es la segunda de las cuatro películas inspiradas en la saga literaria de
Suzanne Collins conformada por tres libros. La primera cinta llegó hace
relativamente poco a los cines, en 2012. Una propuesta y sorprendente que
narraba las peripecias por la supervivencia en un mundo distópico completamente
dividido entre las élites de poder y las clases más bajas de la sociedad. Con
esta segunda entrega, los alicientes vuelven a ser los mismos. Ha transcurrido
un año pero el proceder, tanto en las formas como en el contenido sigue siendo
el mismo. Un calco idéntico. En esta nueva ocasión, la adaptación literaria
resulta más fiel, cosa que obliga a preguntarse si tal vez no hubiera sido más
fácil dejar de lado el exceso de emotividad como coartada a la reiteración,
para impactar al espectador con algún riesgo desde la dirección. Empieza bien
pero hacia la mitad de metraje deambula hasta caer del lado de la redundancia.
El final de la primera entrega
había dejado a la protagonista, Katniss Everdeen, como la vencedora de los 74
Juegos del Hambre anuales, junto con su compañero Peeta, toda vez que
estuvieron a punto de suicidarse para demostrar que ninguno quería ganar
matando al otro, gesto que implica que una parte de la población comience una
rebelión contra los miembros del Capitolio y el sistema de las élites de poder
implantado, mientras que Katniss y Peeta, intentan ocultar sus verdaderos
intereses en un supuesto romance que aplaque a la población y salve las vidas
de sus respectivas familias, amenazadas de muerte si alientan a la revolución.
Poco tiempo después de hacer campaña por los diferentes distritos tras su
victoria, el Presidente Snow toma una decisión, con objeto de los 75 Juegos del
Hambre, convocará a todos los antiguos vencedores para que compitan entre sí
por la supervivencia y obligar asía a la gente a someterse al no tener anhelos
a los que agarrarse para el desarrollo de su rebelión.
Desde el punto de vista exclusivo
del guion, a cargo de Michael Arndt y Simon Beaufoy, aunque en su mayoría
adaptado de la obra de Collins, podemos aseverar que el contenido es previsible
y hasta llega a resultar plomizo. En un comienzo de la película, se prometen al
espectador píldoras de entretenimiento en la figura de la supervivencia en los
distritos o las rebeliones desencadenadas, es decir, todo aquello que en la
primera entrega se omitía, pero que al venir rodeado de la novedad del producto
no llamaba la atención que faltara. En este caso, la promesa pronto se diluye y
los acontecimientos acaban derivando hacia la supervivencia sí, pero de nuevo
en las mismas condiciones y procedimientos que en la primera ocasión.
Por su parte, las
interpretaciones son muy dispares. Por un lado, tenemos a Jennifer Lawrence,
una actriz en la que descansa la cinta por sí sola, dado que el joven Josh
Hutcherson, no sólo acumula menos planos esta vez, sino que al parecer desde la
dirección, Francis Lawrence, ha caído en la idea acertada de que la actriz es
la responsable en muchos momentos de que la credibilidad vaya in crescendo. De
nuevo, Donald Sutherland encarna al malévolo Presidente Snow. Un alarde
interpretativo el suyo. Esta vez menos aprovechado, pero igual de magnético en
sus apariciones. Aunque si hablamos de mal aprovechado, el caso de Philip Seymour
Hoffman llama poderosamente la atención. Ni mucho menos es aquel actor que
maravilló a la escena cinematográfica con su interpretación de Truman Capote,
ni siquiera el papel en esta película se lo exige, para muy pesar suyo. El rol
que le toca desempeñar es tan insulso que las valoraciones se quedan todas en
blanco. Ver a un actor de esa dimensión en un papel así, es realmente
desalentador y más lo es pensar que antes de fallecer, este haya sido su último
producto, de un legado magnífico.
El mismo desaprovechamiento podríamos
inculcar al personaje de Woody Harrelson, que viene de demostrar al público su
resurgir en “True Detective” y que aquí, se nos queda muy parco. Incluso
podríamos incluir en esta lista, que ya empieza a ser demasiado longeva, a Jeffrey Wright que tiene un papel que más bien podría ser considerado un cameo.
Así pues, con promesas inéditas
anteriormente que al final no se cumplen, con el desaprovechamiento de “bestias
del medio” y con los mismos moldes comerciales de la primera entrega, (amenazas
de animales incluidas y efectos visuales llameantes en el vestuario, al igual
que su predecesora) la cinta avanza por un largo camino de 146 minutos que por
momentos se hacen eternos. Sin embargo, la mirada de Jennifer Lawrence sostiene
el metraje, lo hace suyo y le acopla un sentimiento interpretativo que levanta
el ánimo, incluso a pesar del giro del guion en los últimos planos del filme. A
veces es mejor preguntarse si una buena actriz o un buen actor lo es en la
medida de hacer mejores las buenas películas o hacer pasables las no tan
buenas. En esta ocasión, Lawrence hace más que pasable y entretenida esta
entrega, que por lo demás, no brilla con el manto de la originalidad de su
predecesora pero mantiene el espíritu del entretenimiento puro aderezado de
emotividad. Cabe mencionar los buenos matices empleados en la elaboración de los efectos especiales cuando la supervivencia se entrelace en el argumento y veamos tirar de arco a la buena de Katniss, así como la monumental OST del filme. Canciones de grupos como Coldplay, Arcade Fire o Lorde, que no están incluídas en la película pero sí en su tracklist.
La primera película avivó el
fuego y aunque parece que en esta segunda cinta las llamas se han apagado un
poco, esperaremos al desenlace (en una doble entrega) que está por venir para
determinar si finalmente el fuego se apaga por completo o en su lugar brilla
más que nunca.
• Desarrollo argumental: 83
• Guión: 64
• Interpretación: 81
• OST: 80
• Efectos especiales: 85