Sobrecogedora, conmovedora,
brillante e impactante en cada secuencia. “12 years a slave” consigue remontar
al espectador a una época de injusticia social en donde la esclavitud arrasaba
vidas y sembraba el dolor del racismo entre las familias. Para que la fórmula
funcione, el director, Steve McQeen, se rodea de interpretaciones que rayan la
perfección en su apartado principal pero también secundario. Una lista de
actores en la que ninguno chirría y todos irradian talento. Una cinta que no
deja indiferente, que transita por el melodrama pero que no se acoge a la
lágrima como recurso simple de acongojo sino a la realidad dura y cruel de su
relato. Un filme para hacer pensar y ante todo, para recordar.
La historia que se narra en esta
película es una historia real ubicada en la Norteamérica de 1850. Solomon
Northup es un culto músico negro y hombre libre que vive en la ciudad de Nueva
York, pronto verá como sus esperanza de seguir disfrutando de una vida en
libertad con el amor de su familia se verán truncadas cuando dos hombres le
propongan un trabajo en Washington. Engañado, es despojado de su libertad y su
nombre (pasará a ser llamado Platt) y es vendido como esclavo a una plantación
del Sur de Louisiana. Durante su vida de esclavo el espectador no dejará de
padecer el dolor de Solomon, la injusticia de la esclavitud y la crudeza de
todas aquellas personas que en el camino durante doce años convivieron con el
protagonista del relato. Esta historia no sólo es la de él, sino la de todos
ellos. Violencia, abusos, letargos emocionales, odios latentes, empujes de
desesperanza, todo ello en 130 minutos, sin saturar al público y sin recrearse
en los sucesos que marcan la guía del melodrama, con un objetivo, no despistar
acerca de una historia contada en todo momento con respeto, fidelidad, y por
qué no decirlo, la frialdad necesaria para las escenas más duras, que las hay.
El comienzo de la película nos
ubica en el silencio de una plantación, miradas perdidas de un conglomerado de
personas que vieron volar sus vidas, una primera bofetada nada más sentar al
espectador en la butaca. Una secuencia brutal. Si una frase resumiera a la
perfección la primera media hora de metraje, esa sería la que un personaje
pronuncia en la bodega de un barco donde los esclavos se encuentran hacinados,
incluido el personaje de Solomon. “sobrevivir
no significa morir, significa mantener la cabeza abajo”. Una alusión a la
tendencia sumisa a la que todo esclavo estaba obligado si al menos quería
mantenerse con vida. Una frase que el público pronto tarda en rechazar y que se
obliga a escupir debido a la injusticia que observa ante sí.
En el papel protagonista destaca
el actor Chiwetel Ejiofor en lo que resulta una actuación sublime,
sencillamente espectacular. Como en todos los casos con películas de esta
naturaleza, donde el artificio de los efectos sonoros o visuales no entorpecen
la visión de un guión que está abocado a la perfección desde el comienzo, es
común que su principal refugio lo persiga en la interpretación, pura y dura. Ejiofor
brilla en los silencios y borda el terror de un esclavo que no solamente está
aterrorizado por serlo sino por serlo en sus circunstancias de engaño, sin
importar ser un hombre libre. Maravilloso es el trabajo también de Michael Fassbender
(con quien ya contó el director en “Shame”), que interpreta el personaje de Edwin
Epps, dueño de una plantación de algodón en la que Solomon pasará la mayor
parte de su esclavitud. Su personaje es excelso hasta la repugnancia,
Fassbender consigue que el espectador repudie al personaje e incluso le odie en
cada palmo de escenografía. Un deleite su actuación.
En la gruesa nómina de
secundarios a la que aludíamos anteriormente, destacan hasta tres nombres: Paul
Giamatti (encargado de vender los esclavos, su aparición apenas se alargará
diez minutos, aunque como en el caso de Fassbender, el odio agradece que no
aparezca más, y cuando eso se consigue, es porque la interpretación es
perfecta), Benedict Cumberbacht (uno de los pocos personajes blancos condescendientes
de la película. Digamos que su papel es breve pero intenso. Nada nuevo en esta
clase de películas, pero plasmado con maestría) y Brad Pitt (que aparece en el
tramo final de película, suelta un discurso liberador y se convierte en una
figura del todo relevante para Solomon y su devenir. Tendrán que verlo para
averiguarlo. Lo que sí es cierto es que, a sabiendas de que Pitt es uno de los
productores del filme, pareciera como si él mismo hubiera decidido hacer un
cameo al final para deleite propio. Su actuación desmarca un poco al
espectador, sin embargo, cuando esto llega, el tiempo vivido ha sido tan
vibrante, que el respiro se agradece).
Desde el plano femenino, la baza
principal la juegan dos mujeres: Lupita Nyong'o (en el rol de Patsey, una esclava
cuya historia posiblemente haga vibrar más al público que la del propio
Solomon. Su capacidad para unificar en un mismo plano sentimiento y calidad
interpretativa sorprenderán) y Sarah Paulson (en el rol de la señora Epps, una
mujer que vive con el recelo hacia Patsey debido al capricho de su marido con
ella. Su personaje se acaba convirtiendo en un despojo sin valor a juicio del
espectador debido a su desprecio por sus semejantes negros. Una actuación
destacable cuanto menos).
Desde el plano técnico, la música
de Hans Zimmer abandona el tono épico de sus últimos trabajos para acompañar
los silencios de la soledad y el dolor con unos pocos acordes que conforman
piezas unísonas del todo subjetivas y conmovedoras. John Ridley por su parte,
ha sido el encargado de adaptar el guión, un trabajo esforzado y minucioso para
que la lágrima no se convirtiera en el verso reiterado de una narración limpia
y cruel, real en todo caso. La fotografía, a cargo de Sean Bobbitt y los
escenarios, también resultan espectaculares, como la imagen de los sauces
llorones, vivo reflejo de la decadencia de la belleza y del dolor que salpica
la historia.
No es el primero ni el único
ejemplo de este género de cine, pero de seguro que es una cinta que se
encuentra entre las mejores. Lo sencillo hubiera sido caer en las figuras
dramáticas, en abandonarse a cuentos imposibles apelando a la imaginación del
espectador, a tirar de los manidos giros del guion, y aun cuando todo parece
estar orientado a ello, McQueen sorprende, y lo hace sencillamente contando,
relatando una historia que fue así, con toda su crueldad, brutalidad, conmoción
y emotividad. Posiblemente estemos ante lo que en un futuro se convierta con
toda seguridad en un clásico.
• Desarrollo argumental: 97
• Guión: 98
• Interpretación: 100
• OST: 100