1/22/2014

Una montaña rusa con más puntos altos que bajos

De nuevo y por quinta vez, el tándem Scorsese-DiCaprio se une en “The Wolf of Wall Street”, cinta biográfica del stockbroker Jordan Belfort, conocido en el gremio a fines de los 80 por amasar una fortuna millonaria a costa de prácticas, digamos, un tanto ilícitas.

El filme, cual montaña rusa de parque de atracciones, traslada al espectador a una alocada atmósfera de desenfreno y desmadre en sus puntos más álgidos y compagina así los picos de caídas provocados por lo excesivo de su metraje, que hacen balancear la atracción con severo riesgo. Tres horas acompañadas de alcohol, prostitutas, medicamentos que hacen la vez de drogas a la vez que otras drogas, una historia de fraude financiero, etc; que envuelven la película en un producto de entretenimiento muy conseguido y eficaz, de diversión contagiosa. La clave, cuando de Scorsese se trata, reside en la interpretación.

Scorsese es uno de esos directores metódicos, detallistas, cuyos planos representan la verdadera esencia de la narración. Todo lo que se cuenta tiene sentido y nada queda por contar. Tan simple como una cámara serpenteando por una habitación en forma de travelling, con un primer plano hacia la cara del protagonista o la voz en off relatando el quehacer diario, constituyen una firma impresa en cada plano, con una personalidad incalculable que involucra a todo el elenco y los hace partícipes de la historia que pretende contar.

De esta manera, el espectador cuando observa una película de Scorsese no padece el clásico problema de meterse en ella con dificultades. Con él, se da por sentado. En las entrevistas de promoción de la cinta, DiCaprio ha reconocido que Scorsese consigue que los actores carguen con todo el protagonismo de forma que el filme sea el actor, dotándole a este de la libertad necesaria para encarnar, como en este caso, a un hombre hecho a sí mismo, drogadicto, amante del exceso por doquier y ambicioso como el que más.

En otra entrevista, el propio Scorsese ha admitido que el argumento del filme pretendía lanzar la pregunta acerca de las conclusiones del comportamiento humano cuando se dispone de todos los recursos necesarios para hacer lo que a uno le dé la absoluta gana. El parpadeo entre libertad y desmadre es lo que marca una cinta cuyos críticos más acérrimos rechazan por abordar el estilo de vida americano de los magnates de Wall Street desde una perspectiva cínica y apenas crítica con el engaño de las maneras empleadas para amasar sus fortunas millonarias.



Más allá del enfoque, con toques de humor muy hábiles que involucran al público y dibujan una sonrisa fácilmente, “The Wolf of Wall Street” no deja de ser una película de mafiosos en un marco financiero, sin pistolas, pero con acciones de bolsa bajo el brazo y abandonándose al humor más rocambolesco en vez de a una trama oscura, como ya pudo verse con el mismo tándem anteriormente formado en filmes como “Shutter Island” o “The Departed”, ambas del todo recomendables.

Tal como ya ha quedado recogido, en el papel central se encuentra Leonardo DiCaprio, un actor que en la última década no ha hecho sino evolucionar en su carrera interpretativa al escoger con acierto grandes papeles en películas de enorme taquilla mundial. Scorsese ha tenido gran culpa de ello. En esta cinta, encarnar el exceso no resulta fácil y aún menos, cuando no se cuenta con la simpatía del espectador por una doble razón: la realidad actual (que poco dista de los engaños del personaje de la cinta) y un metraje desmesurado (no justificado en el hecho de relatar, al fin y al cabo, una historia biográfica). Con todo ello, DiCaprio demuestra que Belfort es un hombre hecho a sí mismo, respetuoso con el sistema, que busca su propio camino como corredor de bolsa. Es el entorno de Wall Street lo que acaba corrompiendo su alma y abocándole a la más oscura de las ambiciones, aquélla que obliga siempre a tener más porque lo que ya se tenga no es suficiente.



Las hipérboles protagónicas de Belfort en la cinta  no se entienden si no es gracias al personaje de Donnie Azoff, interpretado por Jonah Hill, un actor que tras “Moneyball” parece haberse tomado esto del cine en serio y ya ha dejado de ser aquél actor que flirteaba con las películas para adolescentes con el humor obsceno y el sexo como habituales. Un paso al frente, que acompañado de un mentón al que no perderán de vista en toda la película, convierten al bueno de Jonah en un actor capaz de hacer sombra a DiCaprio en muchos momentos del filme. Su evolución en la pirámide de desmadre es equiparable a la de su compañero de reparto, una cúspide de drogas y de desenfreno en la que no encuentran el fin, una escena con un barco de por medio será la apoteosis de dicha espiral.



Destacar el casi testimonial paso por la cinta de otros actores que aun jugando un papel importante en la trama, la interpretación de los dos principales acaba comiéndoselos. Hablamos de Margot Robbie, cuya sensualidad (en todo su esplendor) queda impresa en la retina y es difícil de olvidar; y Kyle Chandler, que parece haberse abonado a películas de éxito, como ya ocurriera en “Argo” y que en el caso que nos ocupa, parece tener un papel demasiado reducido por la trama de otros personajes. Podría haberse explotado más. 

No hay que olvidar en esta mención a Matthew McConaughey. Sólo aparecerá diez minutos a lo sumo, pero su interpretación será brillante. Sin su personaje no se entiende la primera media hora y el crecimiento del personaje de Belfort. La escena de la comida en el restaurante encargando martinis es sencillamente de las mejores (a quien no se le escape algún tarareo de la canción que McConaughey y DiCaprio cantan a dúo, que levante la mano, eso, si puede dejar de darse golpes en el pecho. Ya entenderán). Será una de las primeras veces en que la sonrisa se apoderará de las caras del público. En las siguientes, Donnie tendrá la culpa.

Scorsese consigue que el exceso de todo tipo acompañe al espectador en cada secuencia sin saturar la paciencia (incluyendo un récord en el uso de palabrotas) y jugando una función reactivadora tras otras tantas escenas relegadas a ser meras compañeras de un metraje, que aunque exagerado, se agradece que no se emplee para contar historias que no merecen aparecer en la narración. El tiempo es oro y al parecer, en esta película se dispone de mucho pero bien utilizado.

A veces, hacer que el protagonismo recaiga y se centralice en dos personajes por encima del resto, puede ser una técnica igual de peligrosa como balancearse en un traqueteo confuso durante tres horas. El espectador sube y baja con la velocidad inversamente proporcional a la forma en que el filme avanza y por momentos, se hace eterno. Probablemente descubran nuevas posturas en la butaca. No obstante, hay pocos compañeros de viaje que sean tan fiables como Scorsese. Sabes que hay un final, que todo habrá merecido la pena. Si por el camino la sonrisa ha salpicado los rostros, ¿qué más se puede pedir? 

Una cinta rebelde, divertida, larga, para personas con algo de paciencia como virtud, pero que atiendan a la capacidad cómica de unos intérpretes, que devoran sus personajes. 

• Desarrollo Argumental: 76
• Guion: 86
• Interpretación: 98
• Ost: 80