De nuevo y por quinta vez, el
tándem Scorsese-DiCaprio se une en “The Wolf of Wall Street”, cinta biográfica
del stockbroker Jordan Belfort, conocido en el gremio a fines de los 80 por
amasar una fortuna millonaria a costa de prácticas, digamos, un tanto ilícitas.
El filme, cual montaña rusa de
parque de atracciones, traslada al espectador a una alocada atmósfera de
desenfreno y desmadre en sus puntos más álgidos y compagina así los picos de
caídas provocados por lo excesivo de su metraje, que hacen balancear la
atracción con severo riesgo. Tres horas acompañadas de alcohol, prostitutas,
medicamentos que hacen la vez de drogas a la vez que otras drogas, una historia
de fraude financiero, etc; que envuelven la película en un producto de
entretenimiento muy conseguido y eficaz, de diversión contagiosa. La clave,
cuando de Scorsese se trata, reside en la interpretación.
Scorsese es uno de esos
directores metódicos, detallistas, cuyos planos representan la verdadera
esencia de la narración. Todo lo que se cuenta tiene sentido y nada queda por
contar. Tan simple como una cámara serpenteando por una habitación en forma de
travelling, con un primer plano hacia la cara del protagonista o la voz en off
relatando el quehacer diario, constituyen una firma impresa en cada plano, con
una personalidad incalculable que involucra a todo el elenco y los hace
partícipes de la historia que pretende contar.
De esta manera, el espectador
cuando observa una película de Scorsese no padece el clásico problema de
meterse en ella con dificultades. Con él, se da por sentado. En las entrevistas
de promoción de la cinta, DiCaprio ha reconocido que Scorsese consigue que los
actores carguen con todo el protagonismo de forma que el filme sea el actor,
dotándole a este de la libertad necesaria para encarnar, como en este caso, a
un hombre hecho a sí mismo, drogadicto, amante del exceso por doquier y
ambicioso como el que más.
En otra entrevista, el propio
Scorsese ha admitido que el argumento del filme pretendía lanzar la pregunta
acerca de las conclusiones del comportamiento humano cuando se dispone de todos
los recursos necesarios para hacer lo que a uno le dé la absoluta gana. El
parpadeo entre libertad y desmadre es lo que marca una cinta cuyos críticos más
acérrimos rechazan por abordar el estilo de vida americano de los magnates de
Wall Street desde una perspectiva cínica y apenas crítica con el engaño de las
maneras empleadas para amasar sus fortunas millonarias.
Más allá del enfoque, con toques
de humor muy hábiles que involucran al público y dibujan una sonrisa
fácilmente, “The Wolf of Wall Street” no deja de ser una película de mafiosos
en un marco financiero, sin pistolas, pero con acciones de bolsa bajo el brazo
y abandonándose al humor más rocambolesco en vez de a una trama oscura, como ya
pudo verse con el mismo tándem anteriormente formado en filmes como “Shutter
Island” o “The Departed”, ambas del todo recomendables.
Tal como ya ha quedado recogido,
en el papel central se encuentra Leonardo DiCaprio, un actor que en la última
década no ha hecho sino evolucionar en su carrera interpretativa al escoger con
acierto grandes papeles en películas de enorme taquilla mundial. Scorsese ha
tenido gran culpa de ello. En esta cinta, encarnar el exceso no resulta fácil y
aún menos, cuando no se cuenta con la simpatía del espectador por una doble
razón: la realidad actual (que poco dista de los engaños del personaje de la
cinta) y un metraje desmesurado (no justificado en el hecho de relatar, al fin
y al cabo, una historia biográfica). Con todo ello, DiCaprio demuestra que
Belfort es un hombre hecho a sí mismo, respetuoso con el sistema, que busca su
propio camino como corredor de bolsa. Es el entorno de Wall Street lo que acaba
corrompiendo su alma y abocándole a la más oscura de las ambiciones, aquélla
que obliga siempre a tener más porque lo que ya se tenga no es suficiente.
Las hipérboles protagónicas de
Belfort en la cinta no se entienden si
no es gracias al personaje de Donnie Azoff, interpretado por Jonah Hill, un actor que
tras “Moneyball” parece haberse tomado esto del cine en serio y ya ha dejado de
ser aquél actor que flirteaba con las películas para adolescentes con el humor
obsceno y el sexo como habituales. Un paso al frente, que acompañado de un
mentón al que no perderán de vista en toda la película, convierten al bueno de
Jonah en un actor capaz de hacer sombra a DiCaprio en muchos momentos del
filme. Su evolución en la pirámide de desmadre es equiparable a la de su
compañero de reparto, una cúspide de drogas y de desenfreno en la que no
encuentran el fin, una escena con un barco de por medio será la apoteosis de
dicha espiral.
Destacar el casi testimonial paso
por la cinta de otros actores que aun jugando un papel importante en la trama,
la interpretación de los dos principales acaba comiéndoselos. Hablamos de
Margot Robbie, cuya sensualidad (en todo su esplendor) queda impresa en la
retina y es difícil de olvidar; y Kyle Chandler, que parece haberse abonado a
películas de éxito, como ya ocurriera en “Argo” y que en el caso que nos ocupa,
parece tener un papel demasiado reducido por la trama de otros personajes.
Podría haberse explotado más.
No hay que olvidar en esta
mención a Matthew McConaughey. Sólo aparecerá diez minutos a lo sumo, pero su
interpretación será brillante. Sin su personaje no se entiende la primera media
hora y el crecimiento del personaje de Belfort. La escena de la comida en el
restaurante encargando martinis es sencillamente de las mejores (a quien no se
le escape algún tarareo de la canción que McConaughey y DiCaprio cantan a dúo,
que levante la mano, eso, si puede dejar de darse golpes en el pecho. Ya
entenderán). Será una de las primeras veces en que la sonrisa se apoderará de
las caras del público. En las siguientes, Donnie tendrá la culpa.
Scorsese consigue que el exceso
de todo tipo acompañe al espectador en cada secuencia sin saturar la paciencia (incluyendo
un récord en el uso de palabrotas) y jugando una función reactivadora tras
otras tantas escenas relegadas a ser meras compañeras de un metraje, que aunque
exagerado, se agradece que no se emplee para contar historias que no merecen
aparecer en la narración. El tiempo es oro y al parecer, en esta película se
dispone de mucho pero bien utilizado.
A veces, hacer que el
protagonismo recaiga y se centralice en dos personajes por encima del resto,
puede ser una técnica igual de peligrosa como balancearse en un traqueteo
confuso durante tres horas. El espectador sube y baja con la velocidad
inversamente proporcional a la forma en que el filme avanza y por momentos, se
hace eterno. Probablemente descubran nuevas posturas en la butaca. No obstante,
hay pocos compañeros de viaje que sean tan fiables como Scorsese. Sabes que hay
un final, que todo habrá merecido la pena. Si por el camino la sonrisa ha
salpicado los rostros, ¿qué más se puede pedir?
Una cinta rebelde, divertida,
larga, para personas con algo de paciencia como virtud, pero que atiendan a la
capacidad cómica de unos intérpretes, que devoran sus personajes.
• Desarrollo Argumental: 76
• Guion: 86
• Interpretación: 98
• Ost: 80