“Transcendence” es una película
que juega con el espectador. Lo zarandea y golpea cuantas veces se le antoja,
llevándole por la sinuosidad del antojo, sugiriendo propuestas atractivas
alrededor del imaginario geek y fluctuando consigo un planteamiento de
controversia ética y moral eficaz. Todo para acabar transmitiendo la idea de
que no hay mejor transcendencia que la que sufre la propia imaginación durante
los 120 minutos de cinta. Todo en ella es difícilmente soportable. Comenzando
por un Johnny Depp que no se aguanta en hacer un papel serio y tiene que
convertir cada rol que interpreta en su propio Jack Sparrow, sea con sombrero
de pirata o con cables clavados en la cabeza; continuando por Morgan Freeman,
mero espectador en una función a la que como de costumbre desde hace ya un
lustro acude con la desgana de aparecer, formular sus frases e irse con lo
justo. Para alguien que ofreció tanto, es normal que impacte tan poco. Tal vez,
lo único salvable de la cinta sea su fascinación visual y fotográfica y el
arrojo en escena de Rebecca Hall. Por lo demás, nuestra mente ya encontrará el
camino de divertirse entre tanto tedio, transcendiendo más allá de la pantalla.
Will Caster es el investigador
más importante del mundo en lo que a Inteligencia Artificial se refiere. Desde
hace unos años, junto con Evelyn, su compañera laboral y sentimental, está
trabajando en la posibilidad de crear una máquina que combine inteligencia con
emoción, una especie de Dios artificial. No obstante, ante la inminente
creación de un avance tan importante como precavido, diferentes sectores de
extremistas anti-tecnológicos han convertido su invento y al propio Caster en
el centro de la diana. Cuando en medio de una conferencia acerca de su avance,
Will sea tiroteado, Evelyn tomará la difícil decisión de implantar el invento
en el organismo de Will. Como toda IA, una vez que Will consigue hacerse con el
control deseará más y más poder, algo que empieza a establecer dudas entre sus
allegados de que tal vez quien se encuentra detrás de su imagen no es Will,
sino una máquina con el ansia de querer llegar a controlarlo absolutamente todo
y de no encontrar barreras a su conocimiento.
El planteamiento inicial de la
película resulta eficaz, cuando de forma impactante se relata el suceso de un
ataque global contra diversos laboratorios de progreso tecnológico. Algo que
halla su colofón en el ataque al personaje que interpreta Depp. En primer
lugar, debemos comenzar realizando una crítica al argumento del filme. La
posibilidad de que un grupo de personas haya escrito un guión de una cinta
intentando recoger, de alguna manera, la temeridad humana de llevar la
tecnología a un punto exacerbado y construir un Dios artificial a través de
ella, es sencillamente seductora al igual que plomiza y peligrosa.
Es
inevitable pensar en aquellos guionistas sentados en una mesa añadiendo notas
al margen a medida que redactaban su contenido, dejándose llevar por el número
de dispositivos de última generación que habría sobre la mesa y un tanto
desquiciado sentido de lo pretencioso. Cuando uno de ellos propuso el nombre de
Depp para el rol principal, fue cuando el visionario alzó la voz diciendo "¡tenemos peli!", sin embargo, ese fue el detonante de un trabajo mal hecho.
En una película que se vende como
producto de ciencia ficción o de suspense, incluso (en el afán de coronar su
pretenciosidad) en el nuevo género apostillado por el filme de thriller
cibernético o “Cyber-Thriller” (dejémoslo estar), resulta pecaminoso
encaminarse a la sala de cine esperando cualquiera de estos elementos, puesto
que lo que el espectador se va a encontrar son tres acicates del aburrimiento:
Interpretaciones pésimas, credibilidad en horas bajas debido a un argumento
inverosímil y lo que es peor, la falsedad de una temática que no responde a su
origen de venta pues se aproxima más al género fantástico que a cualquiera que
se empeñasen en crear. Una especie de vuelta de tuerca de más a una de
semi-extraterrestres con aditivos cibernéticos.
Así pues, aunque el filme
coquetea con la naturaleza más pura de “Her”, no le llega ni a la suela y aun
cuando te dejas imbuir por el aparato esplendoroso de su espectacularidad
visual (eso es innegable), entre Depp y los giros improvisados que hacen que la
película se convierta en un canto a la sanación universal mediante
nanotecnología, acabas fuera de todo planteamiento. Al fin y al cabo, tantas
ganas de reengancharse tampoco hay, pues aun cuando el espectador imagina que
alguna que otra escena de acción salpicará la pantalla; cierto, las habrá, pero
como en el resto de metraje, un cúmulo de productos vacuos y sin alma en su
realización.
Del apartado interpretativo poco
que apostillar. Rebecca Hall destaca en el mar de incertidumbres que construyen
Depp y Freeman solitos. Entre uno que tiene que dotar a todo personaje de un
estereotipo que no viene a cuento y que le obliga desde a arrastrar las
palabras sin necesidad a hacer guiños al pirata del acribe más urbanita y de
tupe cuidadosamente enfocado, a otro que hace tiempo que se dedica a esto del
cine a amasar planos en filmes poco exigentes. Un actor que de marcar época ha
pasado a tacharla a cada paso. Por el camino, protagonismo para el elegante
talento británico de Paul Bettany, a quien tal elegancia hace que un poco de sangre
en la frente quede hasta raro y una Kate Mara que todavía está esperando su
mejor papel en Hollywood.
Seguramente, entre los más geeks
y seguidores de las últimas tecnologías, en plena fase incipiente de un futuro
próximo lleno de coches voladores y una domótica que removerá conciencias y
hará la vida humana una existencia de servidumbre placentera máxima, quedarán
anonadados con la propuesta. No obstante, estamos ante un claro ejemplo de
supervivencia humana frente a la máquina, una incuestionable supremacía de la inteligencia
humana frente a la Inteligencia Artificial que plantea el filme. Muy buena
fotografía, por cierto.
• Desarrollo argumental: 70
• Guión: 60
• Interpretación: 60
• OST: 50
• Efectos Especiales: 81