Limitar entornos a la imaginación
siempre resulta arriesgado. El cine claustrofóbico que se empecina en recrear
el arte del guion por encima de los artilugios efectistas visuales y sonoros, concluye
en una apuesta azarosa al igual que minoritaria. Entre los ejemplos de cine
recluido a hábitats delimitados, se encuentran varios ejemplos entre los que
destaca, sin lugar a dudas, el de las vicisitudes que afectan a los pasajeros
dentro un avión. El aire como testigo de innumerables historias. Jaume Collet-Serra,
se traslada al interior de este armazón metálico para relatar una historia que,
aunque bien construida, permanece cogida con pinzas durante la mayor parte del
metraje, hasta aproximadamente la mitad, momento en que se desploma en picado
sin equipo de frenos a mano. La eficacia descansa sobre los hombros de un Liam
Neeson que se ha acostumbrado a hacer las veces de tipo duro y ha sacado el
título en gestualidades de lo más desconcertantes y rocambolescas. Todo ayuda a
creer un producto que no está a la altura de las expectativas. Nunca mejor
dicho.
Neeson encarna a Bill Marks, un
agente de servicio aéreo de los Marshalls, encargado de afrontar cualquier
problema entre las paredes de su habitual lugar de trabajo: el avión. Durante
uno de sus viajes rutinarios que conecta Nueva York con Londres, recibe unos
misteriosos mensajes a su móvil instando al policía a conseguir una
transferencia de 150 millones de dólares a un número de cuenta bancaria. De no
actuar del modo adecuado, un pasajero será asesinado cada 20 minutos. Una caza
a 40.000 pies y con la vida de 150 tripulantes en peligro. Los acontecimientos
desembocarán en una espiral de confusión, haciendo creer al espectador que se
encuentra ante uno de esos filmes que se reinventa por el camino y hace ver en
el supuesto héroe, el antagonista que en todo momento hemos tenido frente a
nosotros y no hemos sido capaces de ver. No obstante, a pesar de los
indicadores, el juego no miente. El público se entretendrá en observar el
detalle y averiguar a través de sus pesquisas, quién o quiénes (menuda pista!),
son los encargados de enredar con el bueno de Liam.
Estamos ante la segunda
colaboración entre Collet-Serra y Neeson, tras “Unknown”, una cinta en
apariencia confusa y construcción argumental muy similar a la actual. En lo
relativo al entorno, cabe hacer hincapié en el riesgo de asumir una trama
cerrada a un escenario de paredes contadas. En esta película no hay árboles, no
hay parques ni puestas de sol. Hay trama y coraza metálica. Nada más. Esa
valentía del director es de agradecer aunque todo buen realizador ha de
comprender que un producto que se restringe en su tamaño o progresión, debe
suplir las carencias de otros modos: interpretación, banda sonora, guion, etc.
En este sentido podemos garantizar que sólo la interpretación de un más que
creíble Liam Neeson, está a la altura de las circunstancias, si bien la banda
sonora no llega a despegar en ningún momento y el guion recrudece el filme
hasta la sorna con un final previsible y que bien pudiera haber sido adelantado
con anterioridad. No iba mal encaminado el agente Marks. No diremos más.
Es el parpadeo de los
sustitutivos al entorno cerrado lo que obliga a valorar esta película por
debajo de sus expectativas, sin embargo, resulta muy de agradecer, pero que
mucho de veras, que el cine de trama en aviones haya evolucionado tanto en tan
poco, pues hasta hace no mucho todavía había ejemplos entre lo absurdo y lo
banal, que restaban carencia y protagonismo al género. Véase la prescindible “Snakes
on a Plane”, por citar.
Con Julianne Moore en un papel
secundario aunque podríamos añadir que directo, que hace las veces de
conciencia de Bill y una gran pila de secundarios de relleno entre los que se
encuentran los sospechosos de tan enmascarado montaje, se completa el elenco de
esta película que tiene una anécdota y un aporte magistral. La anécdota la
protagoniza Lupita Nyong'o, quien interpreta a una de las azafatas y sale en
pantalla, en suma total, unos diez minutos, siendo generosos. Jamás un premio
Oscar tuvo tan poca presencia. El aporte lo pone Neeson, quien es el
responsable de las altas dosis de entretenimiento a lo largo de la película. Su
presencia llega al punto de imaginar que sin él, nada hubiera parecido lo
mismo. Los títulos de golpes y moratones ya empiezan a ser costumbre, entre
Venganzas, Batmans y demás repertorio, puede que estemos ante uno de los iconos
cinematográficos de acción del momento. Su forma de repartir es única. Mezcla
de languidez y rapidez en los reflejos. Convincente.
Un producto arriesgado,
entretenido, sagaz en su planteamiento, pero que a medida que trascurren sus
minutos decide abandonarse a la inventiva y recurrir a discursos y medianías
que restan imaginación al riesgo asumido. Como si en un momento determinado no
lo importara ni tan siquiera el número de paracaídas a bordo. Neeson no siempre
puede salvarlo todo, aunque su prestación no se discute y es recomendable ver
al menos, como lo intenta.
• Desarrollo argumental: 83
• Guión: 60
• Interpretación: 94
• OST: 72
• Efectos especiales: 80