La cinematografía bélica ha
experimentado un tratamiento siempre desmedido. Desde productos realmente
apreciables con claros y evidentes guiños al escapismo más aventurero o
ilusorio, pasando por el terror y la hipérbole de la hecatombe, relato sin
herrumbres y recogiendo el testimonio de unos sucesos sombríos y
trascendentales, episodios de una historia que por masacrada, siempre ha
merecido un respeto. En lo desmedido, como en todo, también caben ejemplos que
se adaptan a la narrativa y se aceptan y otros, que partiendo de un suceso
real, se desmarcan y acaban ofreciendo un resultado decadente. “The Monuments
Men” es la humanización del siempre encumbrado George Clooney tras la cámara y
delante de ella. Consigue que con un elenco espléndido y fugaces interpretaciones
brillantes de actores con carrera a los que le sale la toma bien por defecto,
la película pase de ser un alegato en defensa por el arte en tiempo de guerra a
una amistosa película de colegueo que junta retales al más puro estilo
“Expendables”, pero en este caso con un ápice de seriedad. Aunque ni eso queda
claro.
Basada en una historia real, la
cinta nos traslada a los estertores de la II Guerra Mundial, donde, imaginando
que el peligro en centro Europa ya ha pasado, los altos cargos del bando aliado
encomiendan a un grupo de historiadores y expertos en arte la recuperación de
las obras robadas por el Reich alemán para el Museo que Hitler está
construyendo en el centro de Münich. Durante la carrera por la recuperación de
la cultura arrebatada, el grupo deberá hacer frente a los acechantes peligros
que aún salpican la guerra y acometerán el objetivo de su misión con la premisa
de la rapidez, pues Hitler ha dado la orden de quemar todo en cuanto él caiga.
Una carrera a contrarreloj (también contra los soviéticos) que pondrá en
peligro sus vidas, todo para evitar que miles de años de la cultura de nuestra
especie queden borrados para siempre.
Desde el comienzo, la historia
marca una línea en rojo que permite que el espectador no se pierda y quede avisado
de que lo que se encuentra ante sus ojos, no es la cinta clásica o convencional
de cine bélico, no veremos aviones bombardeando territorios, ni balas
estremecerse de un lado para el otro desgarrando uniformes. Lo que aquí
observaremos serán las peripecias de un grupo de señores entrados en edad, que
deciden retomar sus labores de hace un tiempo, uniéndose en una misión que no
por llegar algo tarde, les evitará el peligro entre edificios derruidos y
ciudades abandonadas.
Clooney, quien viniese de la producción
de la exitosa “Argo” o de interpretaciones brillantes, como su papel en “The
Descendants”, decide sumarse a esto de la dirección después de proyectos como
“Buenas noches y Buena suerte” o “Los Idus de Marzo”. Francamente, viendo el
resultado de aquéllas películas surgen dos sentimientos encontrados: las
exigencias ante todo nuevo proyecto han de ser máximas para un director que ha
demostrado buenas maneras, pero en contraposición, tras ver “The Monuments
Men”, la conclusión queda clara; no es que lo anterior fuera todo casualidad,
es que en la carrera de todo director siempre hay algún producto prescindible.
Puede que al bueno de Clooney le haya llegado demasiado pronto este tipo de
producto en su nueva faceta filmográfica, pero ya saben lo que dicen, de los
errores también se aprende.
Una historia basada en un relato
real, unos valientes que decidieron arriesgar sus vidas por salvaguardar la cultura
del mundo, en aquéllos momentos en que el mundo, era de todo menos mundo.
Clooney se dedica a flirtear con el plano corto en la primera media hora,
degustándose en pantalla. Es de esos directores que si pudieran filmarse a la
vez que protagonizan ellos mismos la escena, llegarían a un punto de éxtasis,
que resulta territorio extraño para el resto de los mortales. Los guiños de
complicidad a la cámara pronto acaban cansando al espectador, pero el remate
final llega cuando Clooney decide tomar un camino en la película que rompe todo
esquema de probable éxito: la comicidad por bandera.
Para filmar esta obra se ha
rodeado de actores de talla grande: Matt Damon, ya asiduo en sus películas, con
un papel poco destacable; John Goodman, con sus devaneos cómicos de años atrás,
resulta de lo mejor de la película junto con un Bill Murray, que como nos tiene
acostumbrados desde “Lost in Translation”, vuelve a protagonizar un plano medio
sentado durante un ratito del filme, (malo es cuando la película hace huecos a
costumbres enraizadas en otras cintas); Jean Dujardin, aquél que se llevó un Oscar
sin hablar y que aquí sin apenas hablar aparece, desaparece y nos quedamos como
estábamos; Bob Balaban, quien ejerce de tipo machacón que desea caer bien al
personal con su rol ácido y cómico a la vez, y la siempre estupenda y grácil
Cate Blanchett, a quien da igual lo que le echen, lo hace siempre mejor.
Todos ellos comparten una característica
en común; el rol de secundarios. Al disponer de tanta magnitud desde la
perspectiva actoral, Clooney ha intentado dar el mismo metraje a todos por
igual y esto ha derivado en la ausencia de un protagonista, digamos que todos
son protagonistas ausentes guiados por un director que hacia mitad del camino
corrige el rumbo, pega un volantazo al guion y se redime en la comicidad, a
pesar de que todos los ingredientes de que dispone incitaban a pensar que
cualquier buen director que se prestase, sería capaz de hacer un filme
convincente.
Hay escenas destacables, como las
protagonizadas por las bajas de algunos de los miembros del grupo, pero
nuevamente se acabará imponiendo el deseo de hacer un producto “original” sin
la necesidad de haberse visto abocado a ello. La banda sonora no introduce al espectador
en la película con facilidad, no acompaña los momentos narrativos de la manera
más adecuada y se deja llevar por la misma falta de integración que un guion de
casi 120 minutos, del todo exagerados, que no aportan sorpresa y que dejan con
la sensación de querer coger un libro para descubrir de verdad, quienes fueron
los valientes “Monuments Men”.
Todo un alegato al arte y a la
cultura de nuestra especie, y todo un relato sobre la valentía de un reducido
grupo de hombres, que se queda vacuo e inerte ante el peso de la risa sobre la
realidad. Una pieza que no pasará a la historia ni ocupará un espacio en ningún
museo cinematográfico, pero que merece la pena ver, sólo por el gran elenco que
lo compone, aunque el dedo que los guíe no haya apuntado hacia las direcciones
adecuadas.
• Desarrollo argumental: 77
• Guión: 64
• Interpretación: 68
• OST: 70