En la cultura del remake o del
reboot, la fidelidad al patrón original y el respeto por los esquemas tardíos
hacia historias y personajes que alguna vez removieron conciencias y
entretuvieron sin igual, en definitiva, la responsabilidad por un producto que
sin parecerse, sea similar y mejor a su antecesor, es la utopía a la que todo
director aspira. Casos hay muchos y muy diferentes. Si bien, la estética de
Conan el Bárbaro, hacía obligatorio no pensar más allá de Schwarzenegger como
el personaje icónico de aquellas cintas entre espíritu guerrero y aventurero;
la reciente “Total Recall”, demostró cómo un producto puede corromper al
original hasta el punto de ni tan siquiera proponerse la comparación, a sabiendas
de su derrota segura. “Robocop” es uno de los recientes ejemplos de la cultura
del remake, auspiciado por el hambre de las productoras en descubrir el éxito
de franquicias latentes y ya acabadas. Albergando la esperanza de llenar la
taquilla con los dólares que una vez ya llenaron bolsillos. Estamos ante un
filme actual, moderno, de atmósfera correcta, menos subversivo que el de
Verhoeven, más agradecido a su estética futurista y de calado parecido a patrones
de Iron Man.
La compañía Omnicorp en el año
2028 domina toda la tecnología global en materia de desarrollo robótico
implementado a la vida humana. Los robots han sido capaces de sustituir en el
frente, con mucha más destreza para el arte de la guerra, a los contingentes de
humanos. No obstante, la Ley Dreyfus impide que los robots operen en el
territorio nacional y que sean los encargados de patrullar por las calles
norteamericanas. En esta tesitura, en la ciudad de Detroit encontramos a un
policía, Alex Murphy, quien dispuesto a desenmascarar a uno de los mayores
criminales de la ciudad, resulta gravemente herido. Omnicorp, verá pronto en
Alex, el producto definitivo, la opción que hará que la población dé su visto
bueno a la robótica en la Nación: un robot humano, en el que la conciencia y
los sentidos tomen partido de la eficiencia y las virtudes tecnológicas.
Corría el año 1987 cuando el
director, Paul Verhoeven decidió enfundar al actor Peter Weller, el traje de
Robocop. Aunque los medios económicos y cinematográficos al alcance, no eran
los que los de hoy, el resultado fue de lo más aceptable. Un filme a la altura
de las mejores expectativas, que con el tiempo enseñaría que también los
mejores se corrompen, puesto que luego vinieron dos películas más, de taquilla
y recuerdo nefastos. Mejor dejarlo en la primera. Sin embargo, la esencia del
Robocop de Verhoeven era el aura contestataria, el carácter subversivo de un
futuro descontrolado en manos del orden criminal. Verhoeven (como hiciera en
otros filmes, como “Starship Troopers”), hace gala de todo un arsenal de
crítica, en contra de la posición social hacia la criminalidad, los enlaces de
poder con el vandalismo y, no podían faltar, la sumisión de los medios de
comunicación a los intereses gubernamentales y de Estado.
Es cierto que el director del
remake que nos ocupa, José Padilha, sin apenas experiencia en el sector,
demuestra un alarde y un convencimiento, que cuanto menos ha de ser
reconfortantemente alabado. Por momentos, el filme lleva consigo un sello que
hace que Padilha, al menos, se haya consagrado en la ciencia ficción, y lo hace
con honores. No obstante, es la ausencia de la esencia añeja, lo que hace que
el Robocop de 2014 diste y mucho, de ser igual al de 1987. Para bien, pero
sobre todo, para mal. Tan sólo, el rol que juega el personaje, excelentemente
interpretado por Samuel L. Jackson (de lo mejor de la cinta y de su carrera en
la última década, dados los antecedentes entre serpientes a diez mil pies del
suelo y como copiloto de Bruce Willis a bordo de un taxi), confiere a la cinta
el necesario toque contestatario sin el que no se entiende la atmósfera de incredulidad
y de futuro imposible que rodea al Robocop actual. Una lástima que al recrearse
en exceso con las escenas montado en la moto, o en el aspecto estético (muy
acertado en negro) dejara de lado al mismo tiempo otros asuntos de mayor
importancia.
Desde la perspectiva del
desarrollo argumental y el guion, el trabajo resulta adyacente, esto es, una
fórmula consabida de ofrecer el resultado debido a dos factores: el primero,
las expectativas de una segunda entrega (algo difícil, puesto que la compañía
no ha alcanzado la cifra de recaudación esperada, en torno a los 300 millones.
Se ha quedado en torno a los 100) y el segundo, las limitaciones de una
antecesora que mira de reojo, observa, reprende y acaba pesando en el
comportamiento de las secuencias. La primera hora de cinta resulta espléndida,
la conversión del hombre en máquina, sin acabar de perder la humanidad, es todo
un ejemplo de ciencia ficción puesto al servicio de una audiencia que espera
algo similar cuando adquiere la entrada en taquilla. Sin embargo, entre
artificios efectistas, balas por doquier, sistematismos policiales, antagonistas
que no están a la altura y un final que deja un sabor de boca entre rancio y lastimeramente
esperado, el resultado acaba por quedarse a medio camino del éxito, a medio
camino del remake, a medio camino de un producto sin comparación ni original. A
medio camino de todo y de nada.
Lo mejor de la película son sus
interpretaciones. Destaca Jackson, pero también, Gary Oldman y Joel Kinnaman,
como Robocop. En esta terna no se encuentra Michael Keaton, quien ejerce el
papel de dirigente pérfido de Omnicorp, dispuesto a cambiar el voto del Senado
en contra de la Ley Dreyfus, por medio de “su nueva arma emocional”. Su
interpretación por momentos pareciera que cae en la improvisación cómica, en
los retos en pantalla con Oldman, no hay comparación, y para colmo, su figura
no copa, para nada, las expectativas del antagonista que presuponía el espectador,
insistimos, tal vez porque se dejaba lo mejor para una segunda entrega.
Demasiada confianza puesta en una cinta que debió arriesgar más sin olvidarse
del éxito y el devaneo posterior de la franquicia ochentera.
Estamos ante una cinta de marcado
entretenimiento, de recreación visual sin el aprendizaje que se supone que tres
décadas debieron haber enseñado. Una dirección sorprendente para el
conocimiento de la materia que se maneja y unas interpretaciones que sostienen
un argumento, para nada original y salpicado de rutina “Iron-manesca”.
• Desarrollo argumental: 73
• Guión: 68
• Interpretación: 84
• OST: 80
• Efectos especiales: 96