4/27/2014

Una adaptación ejemplar para pacificar el idilio entre cine y deporte

Cine y deporte. Las veces que el cine ha intentado aproximarse al ámbito del deporte, la realización ha acabado por comerse el realismo de aquéllos acontecimientos, personajes, instantes y lugares, plagados de leyenda a lo largo de la historia deportiva. Pocos ejemplos se salvan de la crítica más severa en lo que al lazo entre deporte y cine se refiere. Tal vez sea porque las películas sobre deportes concretos están destinadas al público esclavo de esa disciplina o porque los momentos que marcan el mito, es mejor conservarlos en el reposo de la memoria, entre ávidos recuerdos, en vez de maniobrar con ellos entre planos y secuencias. “Rush” es una cinta que revive a la perfección el espíritu del deporte, la leyenda marcada en el asfalto por dos figuras cuya lucha pasó a la historia como una de las más dignas de la Fórmula 1. Ron Howard consigue introducir en el mismo envoltorio, excelentes interpretaciones, una brillante imitación de los años setenta entre tubos de escape y circuitos de alta competición; y una estética, que poco difiere de la real. Pero su logro más importante, es haber desarrollado una cinta que no sólo está destinada al ferviente seguidor, sino al espectador en general.

La película centra su historia en el intervalo que transcurre desde el año 1970 a 1976. James Hunt, piloto británico un tanto díscolo y encaprichado con llevar una vida acelerada y desenfrenada entre alcohol y mujeres, compite en carreras de Fórmula 3 con el anhelo de dar el salto definitivo a la máxima categoría. Con el mismo propósito, el joven Niki Lauda, un piloto austríaco, calculador, lleno de grandes ideas y con el convencimiento innato de llegar a ser el mejor, inicia su carrera hacia el estrellato de la Fórmula 1. Pronto, ambos coincidirán y su rivalidad será el vivo ejemplo del espíritu del deporte por llegar a la cima. A cualquier precio. Bajo cualquier riesgo.

Relato de los acontecimientos reales que involucraron a dos de los mejores pilotos de la Fórmula 1 y que estuvo principalmente marcado por el incidente que Lauda sufrió en el circuito de Nurburgring (Alemania) en 1976 y que a punto estuvo de costarle la vida.

Desde el comienzo, la película deja claro su propósito por reactivar la historia entre Hunt y Lauda y para ello, decide establecer la figura del narrador como propósito de antesala al relato cinematográfico. Aunque en un primer momento la narración de parte del propio Lauda y de Hunt en la ficción, saca un poco de la escena al espectador, pronto se entiende el afán de revivir el instante y se acepta el planteamiento sin problemas. El desarrollo argumental de la cinta es muy prometedor. 

Todos los elementos que rodean a los protagonistas están perfectamente conectados y las dosis de realismo así como de atrevimiento, salpican el metraje. Realismo, por un lado, gracias al parecido razonable entre el reparto y los actores reales encargados de protagonizar los acontecimientos al margen de las cámaras. Ya no sólo hablamos de un Daniel Brühl cuyo parecido es más que razonable a Lauda, hablamos de secundarios como Olivia Wilde, Pierfrancesco Favino, Alexandra María Lara, y un largo etcétera que es ejemplo del gran trabajo de selección y caracterización del filme. Un trabajo cuidadoso que ante los ojos del público, no ha de pasar desapercibido y que es de aplaudir (recomendamos ver vídeos o fotografías de los personajes reales y comparar. Hasta los coches son del todo parecidos. Caligrafía del nombre de pilotos incluida). 



La otra baza crucial es el atrevimiento. Es posible que uno de los grandes errores de las películas sobre el mundo del deporte sea intentar reproducir la práctica del deporte en sí mismo. Siempre resulta complicado y hasta irrisorio. No obstante, la adrenalina de los circuitos (reproducidos con esplendor, en especial el momento del accidente de Lauda en el GP de Alemania, alternando imágenes reales del suceso con la ficción), la brillantez del pilotaje y la pasión por la disciplina, son acompañantes en cada escena (a pesar de que los comentaristas de las carreras, una vez más, harán todo cuanto puedan para que repitamos más la risa que el entretenimiento). Diversión pura y dura. Cuando los errores se salvan y además, se cuida tanto la reproducción de la atmósfera, el producto ha de ser bueno a la fuerza. Que sea muy bueno, lo determinarán el guión y los intérpretes.

El reparto es intermitente. Por un lado está Daniel Brühl que está absolutamente brillante (su mejor interpretación y la señal inequívoca de que hay un gran actor en ciernes). Su vivacidad, su entrega, su parecido. Todo resulta creíble, en un personaje que contó con el visto bueno del propio Lauda. Un aval más que considerable. En el frente opuesto, tenemos a Chris Hemsworth, quien deja de lado la armadura de Thor y se pone al volante. Pareciera que sus melenas rubias al viento le hubieran conseguido el papel, por su parecido con las de Hunt, sin embargo, poco después de empezar la película, el público concibe su esfuerzo como un intento de bordar su mejor interpretación, y lo consigue, aunque la comparación pierde si atendemos a que el martillo de Thor continúa siendo la única y solitaria comparación. Habrá que verle en otros proyectos. 

Aludíamos a la naturaleza intermitente de la interpretación por la gran cantidad de secundarios excelentes, cuyos minutos de metraje son consumidos y por momentos, hasta absorbidos en pro de los dos principales. Olivia Wilde, podría decirse que hace un cameo, mientras que Favino y María Lara, con sendas actuaciones inmejorables, solo puede entenderse que sus personajes hayan sido víctimas de la cadena de montaje final.

La banda sonora corre a cargo de Hans Zimmer, asociado a productos de éxito desde hace algún tiempo. Aunque se agradece que aporte a sus notas algo de vitalidad, sería bueno que anduviera pensando en cambiar los acordes, que llevan siendo los mismos desde “Inception” y su celebérrimo tema “Time”. Con todo ello, alguna canción sorprende y se acopla a la narración de forma experta. La mano de Howard está detrás y se nota. Es el caso de “Gimme Some Lovin'”, de Steve Winwood o “Fame”, de David Bowie. Ambas fantásticas.

En definitiva, plasmar el mundo del deporte no es fácil y aun cuando se conocen antecedentes de auténticos fracasos en el género, es imprescindible desarrollar un gran trabajo de cuidado intensivo de detalles y relato. Es el precio de la convicción. Solo de esa forma el espectador puede quedar colmado y a la vez, respetado. “Rush” es uno de los mejores títulos sobre el ámbito deportivo, que pasa a formar parte de la no tan extensa lista de éxitos de filmes deportivos y a ocupar un puesto fijo en lo más alto, entre las cintas de conducción. 

Probablemente la adrenalina, el atrevimiento, la emoción, la realización de las carreras, etc son suficientes motivos para verla, pero de momento, esperemos que lo sean para que la Fórmula 1 actual tenga adónde acudir para recuperar el espíritu que ya ha perdido desde hace varios años. Todo un ejemplo. 

• Desarrollo argumental: 85
• Guión: 88
• Interpretación: 94
• OST: 90
• Efectos especiales: 98