4/20/2014

Un espectáculo visual y sonoro que derrocha optimismo pero adolece de definición

El primer proyecto al frente de la dirección de Ben Stiller, "The Secret Life of Walter Mitty", se salda con un cinta de bella factura visual y gran calado emotivo a través de una más que aceptable banda sonora, pero deja innumerables espacios vacíos a su paso por el metraje y una profunda intermitencia en relación a lo que se pretende contar. Las dos grandes bazas técnicas de Stiller radican en conceder optimismo a raudales y empatizar con el espectador alterando lo cotidiano por medio de la pasión y la ensoñación de vivir aventuras, mientras que la realización deja abierta la pregunta de si era absolutamente necesario emplear una primera media hora tan plomiza y un final tan poco sorprendente.

Inspirada en un relato de James Thurber y en el antecedente fílmico con el mismo título, dirigido por Norman Z. McLeod en 1947; la trama cuenta la historia de Mitty, un reservado empleado del departamento de revelación de negativos fotográficos de una publicación de éxito. Con motivo del cierre de la cabecera, deberá emprender la búsqueda de la fotografía perdida, que deberá encabezar la última edición. El viaje servirá para que deje de lado su monótona vida, llena de imaginaciones y comience a vivir las grandes experiencias con las que nunca ha dejado de soñar.

Stiller decide confiar en exceso el relato a su figura como actor. Esto se debe a que al haber protagonizado incontables filmes entre sornas y devaneos con la comedia, piensa que es el nexo perfecto para hacer ver en sus propias carnes la vida desdichada, cohibida y rutinaria del empleado secundario de un departamento en las profundidades de la revista “Life” (como literalmente se presenta en la película). A veces, la identificación del personaje con el actor funciona plenamente, otras, la mirada escrutadora del público choca de bruces con el propósito del filme. Esperas un chascarrillo y no aparece, deseas una escena dantesca y no trascurre, anhelas que Owen Wilson haga aparición y ambos hagan de las suyas, pero el resultado seguirá siendo el mismo, una y otra vez.

Aprendida la lección, el espectador deberá empezar a caer en la cuenta de que el producto que tiene frente a sí no es una comedia, ni una película más del Ben Stiller desternillante y por momentos, hilarante, que vimos en cintas como “Zoolander”, (aunque la mirada azul está presente  en este filme, pero ya es porque le sale sin intentarlo). Cuando pareces haber aceptado la seriedad de la narración, empiezan a aparecer guiños cómicos que sacan de sus casillas a los espectadores menos acomodados: un muñeco de goma que se estira, escenas de proyección astral en las que Mitty protagoniza grandes gestas, etc. El punto cómico presente en cada secuencia. Tal vez sea este parpadeo permanente el que obliga a pensar que la naturaleza de la película no esté del todo definida. Ni es cómica, ni es drama, ni es seria.

Tras unos primeros treinta minutos lo bastante aburridos como para imaginar que cualquiera de los filmes anteriores de Stiller fue mejor, la cinta progresa adecuadamente. Definitivamente, el público descubre lo que en un comienzo se le negaba: la vida secreta de Walter Mitty es una película de autoayuda personal, un ejemplo de optimismo vital. Tras esa dichosa media hora, se adentra en la aventura, ya no promovida por la ensoñación del personaje, y se deja llevar, plenamente confiada a un guión que hace estragos, pero que sale indemne debido a la motivación que persigue de emocionar y empatizar con el espectador. Para ello, se emplean dos recursos, que de sobra, está muy por encima del resto, y eso se nota: La fotografía, por ende, los paisajes y la banda sonora, con grupos y cantantes como “Of Monsters and Men”, “Junip” o “David Bowie”.



Desde el apartado absolutamente interpretativo, aunque Stiller no esté muy acertado, la complicidad en la pantalla de Kristen Wiig, compensa por completo cualquier error. La historia de amor naciente entre ambos podría haber sido el eje de una naturaleza mucho más definida del filme. No fue así. Por su parte, Sean Penn, hace aparición para recordarnos que cualquier actor puede tener un mal día, y que en su caso, es capaz de ofrecer una clase magistral de interpretación bajo el sombrío personaje de “Mystic River” o el atrevimiento de “Harvey Milk”, pero también lo es de ofrecer cinco minutos para olvidar, con cámara en mano, y con discursos trascendentales sobre el valor del momento. Para hacérselo mirar.

A pesar de que por el camino haga acto de presencia el lema de la revista “Life”, consiguiendo un breve protagonismo publicitario de su famoso lema (conocido especialmente por todos los que somos profesionales del periodismo) y aunque las muescas de Stiller a la comicidad (en un afán de proseguir su camino interpretativo) en un intento de conmover y de conseguir un producto emotivo, restan autenticidad a la película; el poder de la imagen y de lo sonoro suponen un frescor que el metraje necesita a bocanadas.

No es el “Forrest Gamp” del siglo XXI, pero sí un filme con detalles que merecen la pena ser vistos por cuanto significan en su impacto de valorar la vida como se merece. Dando importancia a lo que verdaderamente la tiene y no olvidándose de que hay que soñar despierto. Aunque lo que de verdad hace soñar de esta película son sus notas musicales y su fotografía. Ellas sí que se encargarán de hacer viajar al espectador. 

• Desarrollo argumental: 70
• Guión: 68
• Interpretación: 79
• OST: 100
• Efectos especiales: 90