Una de las reglas de oro del
espectador cinematográfico confirma que cuando uno acude a las salas de cine a
ver una película y decide pagar por ella, debe tener pleno conocimiento acerca
de lo que va a ver y por lo que está pagando. Las reglas muchas veces están
para cumplirlas pero otras tantas, para romperlas. “Thor: The Dark World” no es
un filme con pretensiones de romper ninguna regla sino más bien de enrocarse en
ellas a base de entretenimiento frenético y escandaloso desde el minuto uno,
sin rendirse al guion ni a la psicología de los personajes. El resultado, un
producto que cumple con las expectativas de la factoría Marvel y su universo de
megadestrucción de escenarios por doquier pero que deja con la sensación de poder
haber ofrecido algo más de sí y no una mera reiteración de la entrega anterior
sobre el Dios nórdico. Una pena que eligiera el camino del conformismo y no del
riesgo.
Thor regresa de nuevo para llevar
la paz a los nueve reinos y tratar de salvar al universo de la amenaza del elfo
oscuro Malekith, un ser tenebroso con el único anhelo de recuperar el arma que
en el pasado el padre de Odín le arrebató en batalla: el Éter, un elemento de
aspecto líquido en cuyo poder radica la capacidad de acabar con todo rastro de
vida en el cosmos. Thor deberá tomar decisiones trascendentales para el futuro
de Asgard y de la Tierra, donde tras dos años sin comunicarse con ella, sigue
residiendo su amada, la astrofísica Jane Foster.
Tras una primera parte
introductoria filmada a la perfección con imágenes que ilustran la batalla
entre elfos oscuros y asgardianos que realmente impactan y sorprenden fotograma
a fotograma, la película se ensancha como un chicle y se introduce en un bucle
de similitudes a la entrega anterior, una lástima si atendemos a lo interesante
de su propuesta en un comienzo prometedor. Si bajo la tutela de Kenneth Branagh
en la película anterior se intentó mostrar lo magnífico de Asgard y lo
consiguió gracias a las grandilocuentes dosis de efectos especiales; en esta
ocasión, Alan Taylor ha tomado el testigo para dar una línea continuista a la
vertiente más física y de acción del filme, sin importar un trabajo de guion
detrás del que no se apoya la psicología ni la evolución de ninguno de los
personajes, a pesar de acontecimientos propicios para ello (muerte de uno de
ellos incluida, ya verán). Al fin y al cabo, Taylor debió creer que el musculo
de Thor pesa más que el resto de elementos de la cinta.
En el apartado interpretativo,
Hemsworth repite, (cuando decimos que repite es con todas las letras debido al
enorme parangón con la primera entrega) el mismo rol, las mismas caras de póker
y uso a tutiplén del martillo que le acompaña. Portman hace una interpretación
más real que en la primera parte, aunque no llega a ser esa actriz que
encandiló en “Black Swan”, una vez más la confirmación de que una actriz es en
mayor o menor medida, lo que el guion le confiere a su personaje y permite que
el espectador descubra de él. Jane Foster no es un personaje hecho para que se
luzca, más bien está compuesto como un secundario de lujo para que Thor centre
toda la atención. Facultades desaprovechadas las de Portman y que perfectamente
podríamos extrapolar al caso de A. Hopkins (quien ya ha garantizado no
interpretar más al Dios Odín). Tom Hiddlestone vuelve a ser de lo mejor del filme,
ya lo fue en la primera entrega y de nuevo en “The Avengers”. En el papel de Malekith
encontramos a un difícilmente reconocible Christopher Eccleston. Su rol se
aproxima al de Ser amorfo que, sin transmitir absolutamente nada, solo comulga
con el espectador en la idea terrorífica de acabar con todo rastro de vida a su
alrededor. Personaje conseguido y a la altura del filme.
La trama se pierde por momentos
en los mismos agujeros cósmicos que el filme recrea a lo largo del metraje en
varias ocasiones para justificar un argumento cogido con pinzas y cuya
propuesta no sabemos adónde conduce pero sí el cómo: destruyendo todo lo que
haya a su paso. Parece ser una constante en las películas de héroes, ya en “Man
of Steel” se incurría en lo mismo, algo que incita a pensar que el exacerbado
uso de los efectos especiales no es sino la mejor coartada al servicio de la
dirección para distraer al público, siempre exigente e inteligente, de las
carencias del guion. Pedir algo más a estos filmes implica involucrar más la
psicología de los personajes, acercarlos al espectador, mostrar aquello que no
se ve para empatizar con ellos. Si el “Batman” de Christopher Nolan pudo y a
cambio no dejó de perder entretenimiento ni acción, así como efectos especiales
casi por frame de metraje… ¿Por qué los demás no pueden conseguirlo? Una
pregunta difícil de resolver aunque se alberga la esperanza de hallar respuesta
coherente a corto plazo.
La regla del previo conocimiento
del espectador cuando acude al cine no es sino la fuente de respeto a la que
queda atado todo filme. En este caso, “Thor: The Dark World”, es un producto de
entretenimiento total, con destrucción y alguna que otra escena impactante, con
gags de humor y guiños a los seguidores de Marvel incluidos (con un final que
antecede a la que se supone será la tercera entrega de “The Avengers” y donde
se empiezan a introducir las “seis gemas del infinito” del universo Marvel).
Por todo ello, quien acuda al cine con la idea hecha de divertirse y
entretenerse en la butaca durante casi dos horas, puede ir tranquilo, abstenerse
los que esperen encontrar una película con cierto calado argumental y que deje
pensando tras las escenas. Ciertamente resulta gratificante romper las reglas,
la marca de la originalidad sólo surge cuando el molde de lo habitual y de lo
rutinario salta por los aires. Pena que en este caso sean otras cosas las que
salten por los aires, aunque eso sí, de un modo sorprendente, argucias de la
tecnología al servicio del cine.
• Desarrollo Argumental: 73
• Guion: 58
• Interpretación: 68
• Ost: 75
• Efectos especiales: 90