2/12/2014

Conformismo aderezado de efectos especiales supremos

Una de las reglas de oro del espectador cinematográfico confirma que cuando uno acude a las salas de cine a ver una película y decide pagar por ella, debe tener pleno conocimiento acerca de lo que va a ver y por lo que está pagando. Las reglas muchas veces están para cumplirlas pero otras tantas, para romperlas. “Thor: The Dark World” no es un filme con pretensiones de romper ninguna regla sino más bien de enrocarse en ellas a base de entretenimiento frenético y escandaloso desde el minuto uno, sin rendirse al guion ni a la psicología de los personajes. El resultado, un producto que cumple con las expectativas de la factoría Marvel y su universo de megadestrucción de escenarios por doquier pero que deja con la sensación de poder haber ofrecido algo más de sí y no una mera reiteración de la entrega anterior sobre el Dios nórdico. Una pena que eligiera el camino del conformismo y no del riesgo.

Thor regresa de nuevo para llevar la paz a los nueve reinos y tratar de salvar al universo de la amenaza del elfo oscuro Malekith, un ser tenebroso con el único anhelo de recuperar el arma que en el pasado el padre de Odín le arrebató en batalla: el Éter, un elemento de aspecto líquido en cuyo poder radica la capacidad de acabar con todo rastro de vida en el cosmos. Thor deberá tomar decisiones trascendentales para el futuro de Asgard y de la Tierra, donde tras dos años sin comunicarse con ella, sigue residiendo su amada, la astrofísica Jane Foster.

Tras una primera parte introductoria filmada a la perfección con imágenes que ilustran la batalla entre elfos oscuros y asgardianos que realmente impactan y sorprenden fotograma a fotograma, la película se ensancha como un chicle y se introduce en un bucle de similitudes a la entrega anterior, una lástima si atendemos a lo interesante de su propuesta en un comienzo prometedor. Si bajo la tutela de Kenneth Branagh en la película anterior se intentó mostrar lo magnífico de Asgard y lo consiguió gracias a las grandilocuentes dosis de efectos especiales; en esta ocasión, Alan Taylor ha tomado el testigo para dar una línea continuista a la vertiente más física y de acción del filme, sin importar un trabajo de guion detrás del que no se apoya la psicología ni la evolución de ninguno de los personajes, a pesar de acontecimientos propicios para ello (muerte de uno de ellos incluida, ya verán). Al fin y al cabo, Taylor debió creer que el musculo de Thor pesa más que el resto de elementos de la cinta.

En el apartado interpretativo, Hemsworth repite, (cuando decimos que repite es con todas las letras debido al enorme parangón con la primera entrega) el mismo rol, las mismas caras de póker y uso a tutiplén del martillo que le acompaña. Portman hace una interpretación más real que en la primera parte, aunque no llega a ser esa actriz que encandiló en “Black Swan”, una vez más la confirmación de que una actriz es en mayor o menor medida, lo que el guion le confiere a su personaje y permite que el espectador descubra de él. Jane Foster no es un personaje hecho para que se luzca, más bien está compuesto como un secundario de lujo para que Thor centre toda la atención. Facultades desaprovechadas las de Portman y que perfectamente podríamos extrapolar al caso de A. Hopkins (quien ya ha garantizado no interpretar más al Dios Odín). Tom Hiddlestone vuelve a ser de lo mejor del filme, ya lo fue en la primera entrega y de nuevo en “The Avengers”. En el papel de Malekith encontramos a un difícilmente reconocible Christopher Eccleston. Su rol se aproxima al de Ser amorfo que, sin transmitir absolutamente nada, solo comulga con el espectador en la idea terrorífica de acabar con todo rastro de vida a su alrededor. Personaje conseguido y a la altura del filme.



La trama se pierde por momentos en los mismos agujeros cósmicos que el filme recrea a lo largo del metraje en varias ocasiones para justificar un argumento cogido con pinzas y cuya propuesta no sabemos adónde conduce pero sí el cómo: destruyendo todo lo que haya a su paso. Parece ser una constante en las películas de héroes, ya en “Man of Steel” se incurría en lo mismo, algo que incita a pensar que el exacerbado uso de los efectos especiales no es sino la mejor coartada al servicio de la dirección para distraer al público, siempre exigente e inteligente, de las carencias del guion. Pedir algo más a estos filmes implica involucrar más la psicología de los personajes, acercarlos al espectador, mostrar aquello que no se ve para empatizar con ellos. Si el “Batman” de Christopher Nolan pudo y a cambio no dejó de perder entretenimiento ni acción, así como efectos especiales casi por frame de metraje… ¿Por qué los demás no pueden conseguirlo? Una pregunta difícil de resolver aunque se alberga la esperanza de hallar respuesta coherente a corto plazo.

La regla del previo conocimiento del espectador cuando acude al cine no es sino la fuente de respeto a la que queda atado todo filme. En este caso, “Thor: The Dark World”, es un producto de entretenimiento total, con destrucción y alguna que otra escena impactante, con gags de humor y guiños a los seguidores de Marvel incluidos (con un final que antecede a la que se supone será la tercera entrega de “The Avengers” y donde se empiezan a introducir las “seis gemas del infinito” del universo Marvel). 

Por todo ello, quien acuda al cine con la idea hecha de divertirse y entretenerse en la butaca durante casi dos horas, puede ir tranquilo, abstenerse los que esperen encontrar una película con cierto calado argumental y que deje pensando tras las escenas. Ciertamente resulta gratificante romper las reglas, la marca de la originalidad sólo surge cuando el molde de lo habitual y de lo rutinario salta por los aires. Pena que en este caso sean otras cosas las que salten por los aires, aunque eso sí, de un modo sorprendente, argucias de la tecnología al servicio del cine. 

• Desarrollo Argumental: 73
• Guion: 58
• Interpretación: 68
• Ost: 75
• Efectos especiales: 90