La primera mitad de la cuarta
temporada de “The Walking Dead” ha
llegado a su fin. En un camino inevitable y bien construido, aunque con
zozobras soporíferas en su inicio; la temporada finalizó en su octavo capítulo
con múltiples sorpresas y con el sello distintivo de la serie: muertes y
zombies por doquier. Una gran forma de cerrar a mitad de travesía pero que
obliga a plantear la duda acerca de la vía que tomará ahora la producción para
sorprender en su segundo tramo y que se iniciará a partir de febrero. Y es que
ya se sabe que dos finales en una misma temporada siempre resulta difícil que
coexistan.
La temporada comenzó mostrando
las tareas como agricultor de Rick, las ansias de venganza de Michonne hacia el
Gobernador, un Darryl resignado a actuar como líder de las batidas realizadas
fuera de la prisión, Carl venido a menos por la inanición armamentística de su
padre y una enfermedad que pronto sorprendió a todos y a punto estuvo de
llevarse por delante al bueno de Glenn.
En dos capítulos temáticos se
narró la travesía del Gobernador en un afán de la serie de recuperar al que fue
su buque insignia la temporada pasada. Los capítulos en los que se relata la
evolución de su personaje resultan perfectos y de gran maestría, pues no
olvidemos que nos encontramos ante la figura de un personaje impredecible e ilógico, en quien lo irracional es lo más
probable y que sin embargo demuestra un carácter pacífico fuera de lo normal. Pronto
volverá por sus fueros, reunirá un grupo al que se ubica al frente y les hará
ver que la prisión es el lugar más seguro en el que vivir.
Sin revelar informaciones que
sean relevantes, cabe destacar que en el segundo ataque que el Gobernador lleve
a cabo sobre la prisión del grupo de supervivientes de Rick, habrá numerosas
bajas, difíciles de olvidar y que suponen sin duda, un claro guiño a la
historieta revelada por Kirkman en el cómic, algo que responde a la multitud de
comentarios de los seguidores de la edición gráfica acerca de la falta de
correspondencia de los acontecimientos en la serie y en el cómic. No dejará
indiferente a nadie. El carácter sórdido del Gobernador, las venganzas
consumadas, el riego de sangre, etc; la conclusión que dejará es que el
espíritu de The Walking Dead no se ha perdido en absoluto.
Llegados a este punto hay que
reflexionar sobre dos apartados. El primero es sobre el camino que la serie
tomará a partir de febrero en su segunda mitad de temporada. Se abren múltiples
vías, pero todas ellas son confusas, puesto que tras el asalto a la fortaleza,
el grupo se dispersa y cada uno va por su lado. La segunda reflexión es sobre
el comienzo de la temporada.
Si bien, la figura del Gobernador, evoluciona,
cambia, para mostrar de nuevo su lado más oscuro al final, la pregunta que cabe
hacerse es por qué Rick tarda más de dos capítulos en experimentar esa
evolución en su personaje. En la primera temporada de la serie, la novedad lo
enmascaró todo, la tercera fue sin lugar a dudas la mejor en este sentido,
puesto que no hizo falta tal experimento introspectivo con su psicología
protagonista, pero la cuarta temporada ha vuelto por los derroteros que marcó
la segunda, cuando la granja de Hershell se parecía a un bucle en el tiempo y los
personajes no sufrían evolución de ningún tipo ante la burbuja que les
envolvía.
El final de esta primera mitad de
la temporada, deja abiertas todas las incógnitas sobre el futuro de un grupo
dividido, aun así, el capítulo de la despedida parcial resulta el mejor de la
temporada y del todo recomendable. Por supuesto que hay esperanza para lo que
resta de la misma. Lo que queda claro es que en este momento, la mejor serie en
cuanto a carga dramática se refiere.